Cartas con nombre y rostro: el magisterio espiritual de san Juan de la Cruz

Gracias al P. Ciro García, ocd, nos ha llegado un trabajo que viene a llenar una laguna llamativa: el estudio comentado de las cartas de san Juan de la Cruz, a cargo del P. Alfonso Ruiz, ocd. Si bien sus escritos mayores han sido objeto de incontables estudios, el epistolario del santo ha permanecido, en gran medida, al margen del foco académico y divulgativo. Esta sencilla pero profunda lectura que ahora se publica rescata su valor como fuente de primera mano para conocer el alma y el estilo espiritual de Juan de la Cruz.

Como señala la introducción, las cartas —unas 33 que nos han llegado— son pocas en número, pero de gran riqueza espiritual y humana. Abarcan los últimos diez años de vida del santo (1581–1591) y reflejan aspectos de dirección espiritual, tareas de gobierno y momentos de confidencia personal. A menudo, la imagen austera que se tiene del santo se matiza o se desdice cuando se le escucha directamente en estos mensajes breves, personales y llenos de afecto.

El comentario del P. Alfonso Ruiz organiza el epistolario en tres grupos:

  1. Cartas de confesión personal,
  2. Cartas de gobierno y fundaciones,
  3. Cartas de dirección espiritual.

A través de un estilo pedagógico y claro, el autor va desgranando cada carta, recogiendo además datos que enriquecen la lectura, procedentes de otras fuentes recientes como los estudios de José Vicente Rodríguez o Lina María Espinal Mejía.

Quien espere encontrar en estas cartas una espiritualidad menor se llevará una sorpresa. Hay páginas que bien podrían pasar por síntesis de tratados espirituales. Otras son desbordantes en humanidad, como aquella que escribe desde Baeza a Catalina de Jesús, donde, evocando su salida de la cárcel de Toledo, dice:

“Que más desterrado estoy yo y solo por acá; que después que me tragó aquella ballena y me vomitó en este extraño puerto… Dios lo hizo bien; pues, en fin, es lima el desamparo, y para gran luz el padecer tinieblas.”

Este tono, que no es frecuente en sus escritos doctrinales, muestra un rostro más personal, a veces tierno, sin que por ello se relaje la exigencia evangélica de fondo. De hecho, muchas de estas cartas contienen exhortaciones incisivas a la vida interior, con un estilo que combina precisión mística y familiaridad afectuosa.

Hay también momentos de humor sutil, como cuando se excusa ante doña Juana de Pedraza por no extenderse más en la carta “por amor de la calentura”, y anota con simpatía: “Ya no me acuerdo más que escribir, y por amor de la calentura también lo dejo, que bien me quisiera alargar.”

Una carta dirigida a Juan de santa Ana, escrita poco antes de su muerte, bastaría para retratar la hondura de su alma y la firmeza de su entrega:

“Hijo, no le dé pena eso, porque el hábito no me lo pueden quitar sino por incorregible, o inobediente, y yo estoy muy aparejado para enmendarme de todo lo que hubiere herrado y para obedecer en cualquiera penitencia que me dieren.”

A través de estos breves textos, Juan de la Cruz se muestra como un hombre profundamente arraigado en Dios, fraterno en el trato, discreto en los afectos, lúcido en la dirección, y sobre todo, convencido de que el amor —cuando es verdadero— se mide en disponibilidad, silencio y cruz.

Este comentario del P. Alfonso Ruiz es, por tanto, una invitación a leer —o releer— estas cartas con una mirada nueva. En ellas late no solo la doctrina, sino la persona misma del santo. No es exagerado decir, como lo hace la introducción, que cada carta es “una radiografía” que nos descubre “nuevos detalles de su riqueza interior”.

Descarga en este enlace el comentario a las cartas sanjuanistas: