I. «Ir creciendo»
Crecer es caminar, ir hacia el centro de la vida y de uno mismo, ir hacia la claridad, la apertura y la simplicidad. Es «ir siempre adelante» –diría Teresa de Jesús–, iluminar cada vez más el propio interior y proyectar luz. Crecer es elegir ser veraz, apostar por la autenticidad continuamente. Crecer es renunciar a afincarse y preferir abrir los ojos ante la realidad.
El camino espiritual propuesto por Teresa de Jesús es un camino de crecimiento: ir siempre más allá, seguir adelante. Convencida de que de Dios hay que esperar «mucho más y más», su propuesta es una invitación a no tapiar nunca puertas ni ventanas. Siempre hay más, cuando se trata de Dios. Siempre hay más, cuando se trata de los seres humanos.
Una de las señas de identidad del carisma teresiano es su realismo y, por tanto, su condición de camino posible. Si la tendencia a levantar tabiques, a rezagarse y esconderse o a escapar de las responsabilidades parece innata, Teresa está segura de que es posible crecer, hacer aflorar lo mejor del espíritu humano. Y se hace retomando continuamente esa senda porque –como dice al final de Las Moradas– cuando se ha descubierto la propia interioridad habitada, en todo se halla descanso y siempre se desea vivir desde ese lugar.
Ella luchó contra su propia oscuridad –«peleaba con una sombra de muerte», decía– y fue capaz de esperar y confiar, a pesar de que no lograba acceder a lo mejor de sí. Tuvo la paciencia de crecer «poquito a poquito» y, por eso, su palabra tiene peso e infunde esperanza. Es creíble cuando dice que Dios es el que siempre espera –el «que tanto me esperó»– y cuando añade: «¿quién podrá desconfiar, pues a mí tanto me sufrió, solo porque deseaba y procuraba algún lugar y tiempo para que estuviese conmigo?».
No hacen falta alas ni nada extraordinario para descubrir la profundidad de la vida y la proximidad de Dios: «Por paso que hable –en voz baja–, está tan cerca que nos oirá; ni ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped». Lo que hay que procurar es dar pie a Dios, «hacer un poquito de fuerza… para mirar dentro de sí» y ver «cuán de buena gana se está con nosotros».
Lo que hace Teresa es proponer un camino abierto: se puede recuperar el ser y vivir bien, crecer y llegar a compartir de verdad. Es posible una vida más razonable, un mundo más saludable y en hermandad. Es posible adentrarse en el misterio, invisible pero real, que atraviesa todo. Y andar con Dios: se puede vivir en amistad, no es una quimera, y Teresa es contundente: «de ser posible no hay que dudar».
Todo eso no sucede sin echar a andar, sin elegir caminar, adquiriendo actitudes íntimas que se reflejan. Caminar es «procurar ir adelante en el conocimiento propio… despertar la voluntad a amar… crecer el deseo de servirle», dice Teresa. Y andar es adquirir costumbres sorprendentes, como la de «acostumbrarse a enamorarse».
De tal modo es así, que no tiene reparo en decir: «si no procuráis virtudes y hay ejercicio de ellas, siempre os quedaréis enanas». Procurar conocerse a uno mismo en verdad, avivar el amor, elegir servir, enamorarse… todo eso es para Teresa ir «poniendo piedras tan firmes, que no se os caiga el castillo», eso es crecer y no quedarse enano. Y «para esto es menester no poner vuestro fundamento solo en rezar y contemplar».
En tan pocas frases, hay todo un tratado de vida, una lección de sabiduría. Porque la propuesta teresiana nace de las fuentes del Evangelio y, por tanto, pone frente a una elección, como hiciera antes el libro del Deuteronomio: «he puesto ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tu descendencia».
Elegir el camino que ha abierto Jesús hace vivir a cada seguidor, pero no solo eso, también da vida a la «descendencia», a cuantos comparten el presente y a quienes vendrán después de la generación actual. Y Teresa avisa: «miren no escondan el talento, pues que parece las quiere Dios escoger para provecho de otras muchas, en especial en estos tiempos que son menester amigos fuertes de Dios para sustentar los flacos».
Más que maestra –aunque lo sea–, Teresa es andariega del espíritu, buscadora, probadora de rutas y modos. Una mujer atrevida, exploradora de las posibilidades humanas de relación. Con esa misma pasión se abre a la trascendencia y encuentra a Dios, tan personalmente que le reconoce «amigo… verdadero amador… con necesidad de nosotros». Y así, no habla ex cátedra sino implicándose, apoyada siempre en su vida y en lo que ha aprendido con los demás.
Por todo ello, es un manantial de inspiraciones para iniciar y mantenerse en el camino. No adoctrina porque sabe que en el terreno de las relaciones –y de eso habla ella cuando entra en materia– cada ser humano ha de encontrar su propio modo, pero ha hecho una experiencia profunda y sabe de «aparejos». Se dio cuenta de que «no estaba Su Majestad esperando sino algún aparejo en mí» y por eso habló largo sobre lo necesario para no caminar en balde.
De aparejos y costumbres habla Teresa, de esfuerzos positivos, de motivos verdaderos… «para que no os congojéis del trabajo y contradicción que hay en el camino, y vayáis con ánimo y no os canséis». El fin es no quedar enanos, vivir de verdad, llegar a «puerto de luz», a «la fuente de agua viva». Crecer, iluminarse e iluminar; beber, dar agua y acercar a la fuente.
II. «Algún aparejo»
Los aparejos son las cosas necesarias para llevar a cabo algo que uno se propone. En el empeño de no quedar enanos, de crecer en estatura humana y en profundidad espiritual –dos cosas que van siempre ligadas–, Teresa de Jesús tiene mucho que decir.
Al poco de empezar su primera obra, el Libro de la Vida, escribe: «hame parecido… dar algunos avisos de cosas que me parecen necesarias. Pues procúrese a los principios andar con alegría y libertad».
Va a ser una constante en su pedagogía: alegría y libertad. Sin ellas no se puede crecer. Teresa tiene claro que las relaciones no pueden imponerse: no se hace amistad con Dios –ni con nadie– a fuerza de obligaciones, programaciones o reglamentos, sino a base de encuentros, experiencias y conocimiento: «como va más conociendo su grandeza… como ha probado ya los gustos de Dios… no dejará de ir creciendo».
Así, entre las primeras cosas que aconseja está la de pensar en Jesús, en su vida y en su amor a todos, porque eso «muévenos a gozo». También dice: «no haga caso de los malos pensamientos». Teresa cree que es fácil enredarse en uno mismo y avisa de que «ya sabe su Majestad nuestra miseria y bajo natural mejor que nosotros mismos». Excederse en mirar eso, produce «afligimiento» y «no sirve más que de inquietar el alma», en vez de ayudarla a crecer.
Muchas «buenas obras» están destinadas al fracaso, a la larga, por no nacer de la libertad que brota del amor y de la alegría de una experiencia auténtica. Por no llevar lo que Teresa llamaba el «verdadero aparejo», que es la decisión de «imitar al Señor». Imitar en algo su vida –dice Teresa– siempre vuelta al bien de los demás, desde su experiencia profunda de Dios.
Ella lo resume así: «no hagamos torres sin fundamento, que el Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen; y como hagamos lo que pudiéremos, hará Su Majestad que vayamos pudiendo cada día más y más, como no nos cansemos luego [enseguida]».
Teresa sugiere «algunas cosillas» para que «no estén los espíritus amedrentados». Lo primero, comenzar con confianza, apoyados en lo bueno: «Entendamos con verdad que hay otra cosa más preciosa, sin ninguna comparación, dentro de nosotras que lo que vemos por de fuera». Es importante comprender que el ser humano no es un pozo oscuro sino un vivero de posibilidades que pueden ser sacadas a la luz.
Otra cosa necesaria para poder ir adelante es el «ánimo». Disponerse con valor, con atención y esfuerzo. Teresa, al hilo de sus fundaciones, dirá: «Si tenéis confianza en Él y ánimos animosos –que es muy amigo Su Majestad de esto–, no hayáis miedo que os falte nada». E insiste: «Os he dicho esto muchas veces, y ahora os lo torno a decir y rogar, que siempre vuestros pensamientos vayan animosos». Cultivar la mentalidad positiva para progresar.
El ánimo y la confianza son fundamentales para crecer. De ahí, la sentencia teresiana: «Es imposible conforme a nuestra naturaleza a mi parecer tener ánimo para cosas grandes quien no entiende está favorecido de Dios». Y para entender el favor de Dios, de nuevo pensar en Cristo: «nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes… que amor saca amor».
Para que la alegría, la confianza y el ánimo se vayan haciendo duraderos, Teresa recuerda también la necesidad de estar en uno mismo y, sobre todo, la capacidad personal para hacerlo: el ser humano está preparado –de fábrica– para vivir en contacto con la propia intimidad.
En caso de que se haya perdido la conexión, no hay que dudar: es posible regresar a lo profundo. «Nos podemos esforzar con el favor de Dios» –repite Teresa. Y para volver a «entrar en el centro del alma», recomendará «mirar dentro de sí… conocer lo que somos… y meterse en la misericordia de Dios».
Como ayuda para crecer, son muchas las cosas que propone. Ni en todo momento las mismas, ni para todos iguales. Como decía a su amigo Gaytán: «Sepa que como en este mundo hay tiempos diferentes, así en el interior, y no es posible menos».
Pero, sin duda, hay lugares comunes, cosas que no pueden faltar para un crecimiento sano y normal, y Teresa era muy amiga de ambas cosas: de la salud y la normalidad. Cuidar esas cosas, ayuda a crecer mejor y a evitar rupturas innecesarias. Que no significa avanzar sin dificultades y sin empeño: «No penséis que no ha de costar algo y que os lo habéis de hallar hecho».
Se pueden ver rápidamente algunas de esas cosas necesarias: la suavidad: «no traer el alma arrastrada, como dicen, sino llevarla con suavidad» y entender «cómo no ha de ir a fuerza de brazos». La anchura: «Las cosas del alma siempre se han de considerar con plenitud y anchura y grandeza… que capaz es de mucho más que podremos considerar», porque «un alma apretada no puede servir bien a Dios». La paciencia: «Nada se deprende sin un poco de trabajo».
Aparejo es también la firmeza en la voluntad, aunque no se logre de golpe: «Ir poco a poco, no haciendo nuestra voluntad y apetito». Hasta que la voluntad está ganada por el amor. Y es constancia: «No os desaniméis, si alguna vez cayereis, para dejar de procurar ir adelante».
Aparejo para recibir, es decir, apertura para acoger, es lo que Teresa cree que hace crecer. Por eso, su palabra certera para no ahogar el espíritu: «Procurad entender de Dios en verdad que no mira a tantas menudencias como vosotras pensáis, y no dejéis que se os encoja el ánima y el ánimo… La intención recta, la voluntad determinada, como tengo dicho, de no ofender a Dios. No dejéis arrinconar vuestra alma».
III. «Costumbres»
Teresa de Jesús escribió sobre «las costumbres que hay en esta casa», para transmitir el estilo de vida que deseaba establecer. Un conjunto de hábitos –líneas de vida– que pueden ir forjando el carácter personal y comunitario. Direcciones interiores que encauzan los deseos y hacen crecer humana, espiritual y relacionalmente.
Tuvo empeño en transmitir algunas costumbres que le parecían sanas y buenas para crecer. Con aquel convencimiento de que «quien no crece, descrece», pensaba que «acostumbrarse» a determinadas cosas ayudaba a no estancarse, a mantener el movimiento positivo.
Esta mujer, que vivió en un siglo reglado por varones y en una Iglesia que conducía a base de normas, comprendió que no eran las reglas ni las leyes lo que permitía avanzar en la autoconciencia y la responsabilidad personal. Por tanto, no parecía ser ese el mejor camino para seguir a Jesús y construir Iglesia.
En absoluto significa que Teresa viviera al margen de lo establecido o enfrentada, poniéndose a sí misma como norma. Sabía bien que, para crear comunidad, es indispensable asumir la estructura que la cobija, por necesitada de transformación que esté. Y esta es una de las ideas que sustenta la renovación que hizo.
Bajo la capa modesta de «cosas poquitas», ella levanta un talante humano nuevo, basado en educar la capacidad de elegir. Porque, como explica Adela Cortina, la elección modifica la propia realidad, en la medida que se incorpora y hace carne de uno mismo. Esas «cosillas, remedios, costumbres», que se pueden ir escogiendo, son una pieza importante para labrar el edificio interior y moldear la propia identidad, sin la cual no puede existir relación, cimiento del ser humano.
Hay pequeñas costumbres, importantes por el humus que van creando, porque generan un hábitat para el crecimiento. Cultivar la capacidad para estar en soledad, indispensable para tener solidez y vivir con coherencia. O la costumbre de hacer lo que Teresa llama pequeños «actos amorosos», que serán diferentes para cada persona.
No sirven listas, no hay un reglamento. Son actos que nacen del interior hacia fuera y cuidan aquello que realmente se desea. Y, al mismo tiempo, acostumbrarse a «en las muy pequeñas cosas traer gran cuidado», da gran fortaleza.
La costumbre de no tomarse demasiado en serio, de no andar justificándose continuamente… «parecerá imposible… a los principios dificultoso es; mas yo sé que se puede alcanzar esta libertad». Y el hábito de enmendarse, para que las faltas «no echen raíces, que serán más malas de arrancar». Pero también, la entrañable costumbre de andar con amigos: «procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo» para «hacerse espaldas», darse mutuamente luz y crecer.
Otras costumbres son importantes por las pistas de crecimiento que abren y porque engloban muchos aspectos de la vida.
La costumbre de «andar despiertos». Despertad, repite Teresa, de muchas maneras. «Es menester cuidado… andar con aviso… siempre velar». Para poder elegir el camino que realmente se desea seguir es necesaria la atención y la conciencia activa. De ahí, la insistencia en «avivar» el amor y la fe. Un «no nos descuidar poco ni mucho», para no quedar enanos.
«Andar con advertencia» para no dejarse llevar por el egoísmo, porque eso barrena el crecimiento, ser «aficionadas a dar mucho más que no a recibir». Y para ello, «unas a otras se despiertan y ayudan». Una vez más, el grupo, la comunidad, como despertador.
La costumbre de «recogerse». El «recogimiento», que es «entrar dentro de sí». Acostumbrarse a «mirar dentro de sí» para vivir desde lo profundo, desde lo más real. Teresa ofrece un planteamiento muy positivo: este recogerse y entrar al interior es «ganarse a sí para sí, que es aprovecharse de sus sentidos para lo interior». No es el rechazo, ni de lo externo ni de la propia naturaleza, es ir a las raíces con todo ello y estar en todo desde el hondón.
Por supuesto, Teresa sabe que, casi siempre, las cosas más valiosas no se hacen espontáneamente, sino que hay que esforzarse, hacerse «un poquito de fuerza», de modo que se pueda incluso «en las mismas ocupaciones retirarnos a nosotros mismos».
La costumbre de «mirar», de «volver los ojos del alma». Lo primero, la mirada interior ya apuntada: «poned los ojos en vos y miraos interiormente; hallaréis vuestro maestro, que no os faltará». Desde ahí, el hábito de mirar a los demás con la mirada más auténtica, de modo que sea posible atender a las «cosas buenas que viéremos en los otros y tapar sus defectos». Por último, hacer costumbre de la mirada larga, que atiende a lo que es «para siempre». Teresa dirá que importa poner «los ojos en el verdadero y perpetuo reino».
Para Teresa, el camino hacia el interior está marcado por Jesucristo. Crecer será llegar a la plena identificación con Él, huésped íntimo, amigo y compañero. Esa identificación libera lo más humano, lo mejor de cada quien, incluso si en el recorrido, no se reconoce a Cristo.
«Acostumbrarse a enamorarse» será lo definitivo, porque solo el amor sostiene la vida. «Quien trabajare a traer consigo esta preciosa compañía y se aprovechare mucho de ella y de veras cobrare amor a este Señor a quien tanto debemos, yo le doy por aprovechado».
IV. «Nos ayudemos unos a otros»
El tema del crecimiento en Teresa de Jesús parece inagotable. Lo es, porque ella escribe al hilo de la vida, arrimada a su experiencia y a la de quienes le rodean. Todo ello hace que su visión sea dinámica, actualizada constantemente por la realidad y las circunstancias cambiantes, hasta el final de su propia vida.
Teresa entiende que crecer es, también, ayudar a que otros lo hagan: aportar, crear redes, comprometerse con los demás. De ahí su insistencia en no andar por libre, como si uno solo se bastara: «Es un género de humildad no fiar de sí… y crece la caridad con ser comunicada, y hay mil bienes que no los osaría decir, si no tuviese gran experiencia de lo mucho que va en esto».
Sus escritos, y especialmente el epistolario, son una ventana al mundo compartido que favorece el crecimiento. Una forma de participar la propia luz y recibir la de los demás. Y un canal de fraternidad por donde fluye la experiencia compartida.
Madurar será apertura e ir teniendo conciencia de la mutua responsabilidad. Aquella cantinela suya de «siempre he procurado buscar quién me dé luz» es una consigna vital: buscar unos junto a otros la luz, esclarece el camino, aligera las cargas y, sobre todo, acrecienta el caudal común. Hay más para todos cuando se comparte.
Por eso, aparece tantas veces dando avisos, presumiendo de experiencia… siempre buscando el bien común. Promueve el respeto y la tolerancia, para que los procesos personales sigan su propio ritmo, rechaza la uniformidad, en pro de sacar a la luz la personalidad auténtica de cada quien y fomenta el cariño, el trato entrañable para favorecer la comprensión de las cosas. Son algunas de sus ideas para ayudar a crecer.
Así, en una de sus últimas cartas, escribe a la priora de Burgos: «Siempre tenga aviso de no apretar a las novicias con muchos oficios hasta que las entienda hasta donde llega su espíritu… es menester piedad en las palabras. Y vuestra reverencia piensa que todas han de tener su espíritu, y engáñase mucho; y crea que, aunque me hace ventajas en la virtud, que se las hago en la experiencia».
A Ana de san Alberto le dirá que «esté advertida que no las ha de llevar a todas por un rasero» y a Gracián que «no piense perfeccionar las cosas de golpe». Porque, como dirá a su hermano Lorenzo: «Hémonos de acomodar con lo que vemos en las almas». También se puede extrapolar el criterio que da a la comunidad de Valladolid, sobre un asunto económico para la comunión de bienes: «Les digo que cada una hace como la posibilidad tiene». Se trata de pedir lo posible en cada momento y no forzar.
Pero la suavidad ha de ir conjugada con la franqueza y la exigencia en los compromisos que se quieren llevar adelante. Por eso confesaba que «con quien bien quiero soy intolerable, que querría no errase en nada». Y a Ana de Jesús dirá, con mucha firmeza, que hay que ir «sin ningún género de asimiento… como varones esforzados y no como mujercillas».
Llamará la atención a su querido Gracián, que peca de individualismo y pone y quita como le parece en algunas casas de monjas, sin atenerse al diálogo. O se excede en su servicio apostólico, sin darse cuenta de que puede arriesgar la empresa común: «no sé qué tentación le da… es harto atrevimiento andar de lugar en lugar, pues en todas partes hay almas. Plega a Dios lo que parece mucho celo no sea alguna tentación que nos cueste caro».
En cierta ocasión, a su querida amiga y hermana, María de san José dirá que «para acertar aprovecha mucho haber errado, que así se toma experiencia». Aunque en la siguiente carta le añadirá: «Mas si el yerro es grande, nunca le cubre pelo, y así es bien andar con temor».
No se adquiere de cualquier modo la experiencia, no se puede ser temerario. Teresa pide sentido común, que quizás sea para ella el sentido más espiritual. Crecer es aprender a discernir, distinguir las ocasiones y lo necesario frente a lo relativo. No todos los errores sirven para crecer, a veces pueden malograr y es importante comprenderlo.
Para Teresa, la sinceridad es innegociable, pues sin ella, se viene abajo cualquier posibilidad de relación, de crecimiento y de comunión. De nuevo, a María de san José, dirá: «Aunque con sus rodeos le parece que no miente, es muy fuera de perfección tal estilo con quien no es razón sino hablar claro». Y a Gracián, que «si se descuida alguna vez en no decir toda verdad en todo… no entiendo habrá entera perfección adonde hay este descuido».
Pero el buenismo es mal compañero. Teresa era consciente de que «estamos en un mundo que es menester pensar lo que pueden pensar de nosotros para que hayan efecto nuestras palabras». Junto a la sencillez será necesaria la sagacidad y, por ello, inculcará a sus compañeros más próximos, frailes y monjas, la necesidad de discernir en cada momento.
Reprenderá a María de san José por su falta de visión en un problema: «¿Adónde estaba su entendimiento?», y por su ingenuidad: «Librémonos ya de estas buenas intenciones que tan caro nos cuestan». Para concluir en que la bondad sin discernimiento, no conduce a buen puerto: «El Señor nos dé luz, que sin ella no hay tener virtud, sino para mala habilidad».
También al P. Ambrosio Mariano, cuya franqueza rayaba en desparpajo, dirá: «mire, mi padre, que le contarán las palabras. ¡Por amor de Dios, que ande con gran aviso, y no sea claro!». E insiste a Gracián: «mire lo que dice muy bien».
Son algunas pinceladas sobre el crecimiento, desde Teresa de Jesús, que buscaba permanecer en la experiencia evangélica que la había impulsado. Por eso, dirá que «cuando vamos por respetos humanos, el fin que se pretende por ellos nunca se consigue, antes al revés» y que en la vida, al final, muy pocas importan realmente para crecer: «Virtudes pido yo a nuestro Señor me las dé, en especial humildad y amor unas con otras, que es lo que hace al caso».
Este es el crecimiento que promueve Teresa para cada persona, para crear pequeñas comunidades y para hacer Iglesia: lucidez, amor y verdad en todo.
Gema Juan, Juntos andemos
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Una respuesta a “Crecimiento en Teresa de Jesús. Para no quedarse enano”
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