
Según la tradición, perteneció a don Alonso, padre de Teresa.
Santa Teresa lee el pasaje de la mujer junto al pozo
Alison Weber
Teresa de Jesús amaba a su Iglesia –de ello no cabe la menor duda– como mediadora de los sacramentos y como el más poderoso signo de la salvación universal ofrecida en Cristo. Pero no ignoraba en absoluto su necesidad de reforma. Aunque se anticipó a los decretos de Trento al establecer clausura activa y pasiva, esta en sí y por sí misma no constituye la esencia de la reforma teresiana. Significaba algo más que asegurarse de que los barrotes de la reja del locutorio fueran de modo que “ninguna mano pudiera pasar a través de ella” (Visita de Descalzas). La reforma teresiana en su sentido más amplio y profundo significaba crear espacios y hacer sitio en la Iglesia para que más hombres y mujeres pudieran vivir la experiencia de la mujer Samaritana.
¿Cuál fue la experiencia de la Samaritana tal como Teresa la entendió, recordó y reconstruyó una vez que se le prohibió leer la Escritura en lengua vernácula? [1] Veamos cómo teje Teresa su reflexión sobre la mujer junto al pozo en otra obra: sus reflexiones sobre algunos versículos del Cantar de los Cantares. En este caso, su punto de partida es el versículo: “Sostenedme con flores y acompañadme de manzanas, porque desfallezco de mal de amores”(Cant 2, 5). Teresa escribe:
Acuérdome ahora lo que muchas veces he pensado de aquella santa Samaritana, qué herida debía de estar de esta hierba, y cuán bien había comprendido en su corazón las palabras del Señor, pues deja al mismo Señor por que ganen y se aprovechen los de su pueblo, que da bien a entender esto que voy diciendo; y en pago de esta tan gran caridad, mereció ser creída, y ver el gran bien que hizo nuestro Señor en aquel pueblo.
Paréceme que debe ser uno de los grandísimos consuelos que hay en la tierra ver uno almas aprovechadas por medio suyo. Entonces me parece se come el fruto gustosísimo de estas flores. Dichosos a los que el Señor hace estas mercedes; bien obligados están a servirle. Iba esta santa mujer con aquella borrachez divina dando gritos por las calles. Lo que me espanta a mí es ver cómo la creyeron, una mujer; y no debía ser de mucha suerte, pues iba por agua. De mucha humildad, sí, pues cuando el Señor le dice sus faltas, no se agravió (como lo hace ahora el mundo, que son malas de sufrir las verdades), sino díjole que debía ser profeta. En fin, le dieron crédito, y por solo su dicho salió gran gente de la ciudad al Señor.
Así digo que aprovechan mucho los que, después de estar hablando con Su Majestad algunos años, ya que reciben regalos y deleites suyos, no quieren dejar de servir en las cosas penosas, aunque se estorben estos deleites y contentos. Digo que estas flores y obras salidas y producidas de árbol de tan hirviente amor dura su olor mucho más [2].
Vemos cómo Teresa recordaba que la Samaritana fue capaz de tener una extensa conversación a solas con Jesús, aunque era una mujer, una Samaritana, algo así como una paria. Teresa probablemente se daba cuenta de que para Jesús, un rabí, un profeta, hablar con una mujer desconocida en público pudo haber suscitado asombro. De hecho, los discípulos se quedaron estupefactos y sin palabras cuando regresaron al pozo: En esto llegaron sus discípulos y se sorprendían de que hablara con una mujer. Pero nadie le dijo: «¿Qué quieres?» o «¿Qué hablas con ella?» (Jn 4,27).
Teresa bien pudo conocer los versículos que revelan que los judíos despreciaban a los samaritanos y los consideraban impuros [3]. En Jn 4, 9, cuando Jesús pide de beber a la mujer, ella le contesta: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana? Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Teresa, como descendiente de conversos, pudo ser especialmente sensible al hecho de que Jesús no estuviera constreñido por prejuicios contra los “impuros” samaritanos. De hecho, tomó a la Samaritana en serio, aunque sabía que era una mujer de mala reputación, que vivía con un hombre que no era su marido. La consideró digna de ser enseñada y capaz de entender su mensaje: la diferencia entre la letra muerta (agua del pozo) y el espíritu (agua de vida eterna), y el sinsentido del odio sectario (la disputa entre los judíos y los samaritanos sobre si había que dar culto a Dios en el Monte Garizín, en Samaría o en el templo de Jerusalén).¡Esta paria, de una tribu de parias, fue digna de oír la sorprendente noticia de que Jesús era el Mesías!
Teresa se asombra aún más de que la Samaritana fuera capaz de dejar “al mismo Señor por que ganen y se aprovechen los de su pueblo”. Transforma en obras su diálogo personal con el Señor: “cuán bien había comprendido en su corazón las palabras del Señor”-subraya Teresa. Se imagina a la Samaritana presa de una “divina borrachez”, gritando la buena noticia por las calles. ¡Qué peligroso comportamiento, gritar como si estuviese borracha! No muy diferente de los riesgos que corría Teresa escribiendo sus Meditaciones sobre los Cantares! Alguien podría preguntar: ¿Tuvo esta carmelita en sus manos una traducción de la Biblia al romance, contra los decretos del Índice de Libros Prohibidos? ¿Cómo da a entender que lee, predica o explica la Escritura?” (Y, de hecho, en 1580, uno de los confesores de Teresa le ordenó quemar el manuscrito de las Meditaciones. Afortunadamente, se salvó por las copias que las monjas tenían)[4].
Teresa sigue: “Lo que me espanta a mí es ver cómo la creyeron, una mujer… En fin, le dieron crédito, y por solo su dicho salió gran gente de la ciudad al Señor”. Obviamente, Teresa admira a la Samaritana, pero también la envidia, en el sentido de que ella, como las otras mujeres del Nuevo Testamento que formaban parte del círculo de Jesús, cumplió de manera tan inmediata y resuelta una misión apostólica.[5] Esto es lo que la reforma significaba para Teresa –no elevar la altura de los muros del convento o poner más barrotes en el locutorio. Significaba transformar las flores de la oración interior en fruto de obras. Eso es lo que ella quería para sí y para los demás cristianos, hombres y mujeres: la posibilidad de tener un diálogo personal con el Señor, que es, en definitiva, como ella concebía la oración interior; que se les asegurara que eran dignos de este diálogo, más allá de su sexo, casta o posición social; la posibilidad de transformar en obras ese diálogo embriagador; la oportunidad de atraer a “gran gente de la ciudad” para que se encontrara con el Señor.
Lecturas sugeridas:
- Allen, Prudence. «Soul, Body and Transcendence in Teresa of Avila.» Toronto Journal of Theology 3 (1987): 252-266.
- Bilinkoff, Jodi. «Teresa of Jesus and Carmelite Reform.» In Religious Orders of the Catholic Reformation. Essays in honor of John C. Olin on His Seventy-fifth Birthday, edited by Richard De Molen, 166-186. New York: Fordham University Press, 1994.
- Dobhan, Ulrich. «Teresa de Jesús y la emancipación de la mujer.» In Actas del Congreso Internacional Teresiano 4-7 octubre, 1982, edited by Teófanes Egido Martínez, et al., 1: 121-136. Salamanca: Universidad de Salamanca, 1983.
- Luti, Janice Mary. Teresa of Avila’s Way. Collegeville: Liturgical Press, 1991.
- Murphy, Cullen. The Word According to Eve. New York: Houghton Mifflen, 1999.
- Slade, Carole. «Saint Teresa’s Meditaciones sobre los cantares: The Hermeneutics of Humility and Enjoyment.» Religion and Literature 18 (1986): 27-44.
______ St. Teresa of Avila: Author of a Heroic Life. Berkeley: University of California Press, 1995.
______ «St. Teresa of Avila as a Social Reformer.» In Mysticism and Social Transformation, edited by Janet K. Ruffing, 91-103. Syracuse: Syracuse University Press, 2001.
[1] La cuestión de en qué medida Teresa leyó la Escritura está sin resolver. Desde aproximadamente 1492, los Reyes Católicos, temiendo que la lectura de la Biblia moviera a los recién convertidos a volver al Judaísmo, promulgaron varios decretos por los que se prohibía la posesión y el uso de traducciones de la Biblia al romance. La conveniencia de traducciones vernáculas fue también debatida en el Concilio de Trento, pero el tema se dejó sin resolver. Sin embargo, la Inquisición prohibió unilateralmente las traducciones de la Escritura en su Índice de 1551. El Índice español de 1559 también prohibió numerosas obras devocionales que a menudo contenían pasajes de la Escritura. Sin embargo, el análisis de los inventarios de los libreros revela que tales prohibiciones no fueron del todo eficaces. Teresa, naturalmente, había leído obras como La vida de Cristo, de Ludolfo de Sajonia, que contenía extensos pasajes de la Escritura. Hemos de recordar también que Teresa vivió en una cultura oral/auditiva, y debió de asimilar pasajes de la Escritura a partir de sermones y de la recitación del Oficio Divino. Para más información sobre el tema, ver Slade, 1995.
[2] Meditaciones sobre los Cantares 7, 6-7. Citamos por la 5ª Edición de Editorial de Espiritualidad, Madrid, 2000.
[3] En Israel hoy quedan algunos cientos de Samaritanos, y viven separados de los Judíos (Murphy, 136).
[4] Este comentario se escribió entre 1566 y 1571. Aunque Domingo Báñez firmó el manuscrito para indicar su aprobación en 1575, en 1580 Diego de Yanguas, otro confesor y teólogo de la Inquisición, le ordenó quemar todas las copias. Varias copias realizadas por sus monjas se salvaron. Fray Luis de León, que había permanecido casi cinco años en la cárcel de la Inquisición por traducir al castellano el Cantar de los Cantares, no incluyó las Meditaciones en su edición de la obras de Teresa, en 1588. Ver Slade, p. 50
[5] Recordamos que apostolos en griego significa mensajero o enviado.
Siempre me conmueve el amor que Teresa tenía a ese pasaje del evangelio. Precioso cuadro. Gracias.
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Gracias, me gustó mucho este artículo. ¿Quién es la autora?
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Es Alison Weber, hispanista, profesora de la Universidad de Virginia (USA). El texto original era en inglés, y lo hemos traducido y publicado con su autorización.
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