La Cuaresma de 2025 llega con un mensaje profundo que conecta el corazón del cristianismo con la experiencia cotidiana de nuestras vidas. En su reflexión para este tiempo, el Papa Francisco nos invita a «Caminar juntos en la esperanza», una invitación que no solo resuena como una llamada espiritual, sino también como un recordatorio de nuestra común condición humana. Esta invitación, que conecta con el lema del Año Jubilar de la Esperanza, nos recuerda que la fe cristiana no es una meta estática, sino un camino dinámico que nos lleva hacia Dios y hacia los demás. El viaje cuaresmal se convierte así en una oportunidad para revisar cómo estamos caminando, quiénes nos acompañan y qué esperanza guía nuestros pasos.
El Santo Padre encuentra en santa Teresa de Jesús una aliada perfecta para iluminar este itinerario espiritual. Su cita de las Exclamaciones del alma a Dios subraya esa espera paciente pero activa que caracteriza a la esperanza cristiana:
«Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo» ( Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3)
Esta visión teresiana, que combina realismo con firmeza en la fe, es precisamente lo que el Papa nos propone durante esta Cuaresma: una esperanza que no defrauda porque está arraigada en Cristo resucitado, quien transformó la muerte en victoria.
Además, el texto papal insiste en la dimensión comunitaria de nuestro caminar. Frente a la tentación de aislar nuestras oraciones o nuestras conversiones personales, el Papa nos recuerda que somos enviados a vivir juntos, en sinodalidad. Como familia universal, debemos escuchar, acoger y caminar al lado de quienes están cerca y de quienes están lejos. Aquí nuevamente aparece la influencia de santa Teresa, cuya vida fue un testimonio de comunión profunda con Dios y con sus hermanos. Ella sabía que la vida interior florecía en el contexto de relaciones humanas sanas y fraternales, donde cada uno tiene algo que ofrecer y recibir.
Finalmente, el mensaje nos interpela sobre cómo encarnamos la esperanza en nuestra vida diaria. No basta con creer abstractamente en la promesa de Dios; debemos traducirla en gestos concretos de justicia, fraternidad y cuidado por la casa común. La esperanza no es una utopía distante, sino una fuerza que impulsa acciones aquí y ahora. Siguiendo el ejemplo de santa Teresa, podemos aprender a mirar más allá de nuestras limitaciones y a confiar plenamente en el amor incondicional de Dios, que nunca falla: «Quien a Dios tienes, nada le falta. Solo Dios basta.
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