«Vida es vivir de manera que no se tema la muerte ni todos los sucesos de la vida»
Teresa de Jesús, F 27, 12
Difícil recitar el Nada te turbe un Viernes Santo.
Acompañar tu desamparo,
mi Señor.
Sentarme junto a ti,
y dejarte reclinar
en mi pecho
tu cabeza.
Acariciar tu pelo,
besar tus ojos,
beber tu llanto.
Temblar junto a ti,
tiritar contigo,
y confiar,
siempre confiar.
La soledad de la noche,
el miedo y la angustia,
compartidos.
No hay desesperación,
solo silencio.
Y la confianza
nos la da la historia,
nos la ofrece la vida.
Un Dios que ofrece su sol
y regala su lluvia
a justos e injustos.
Un Dios que responde siempre
al que llama,
que da siempre
al que pide,
que otorga siempre
al que busca…
Un Dios que alimenta las aves
y viste a los lirios…
Nuestro Abbá,
mi Señor,
cuida de ti,
te envuelve también
en esta hora de silencio.
¿No lo notas?
Vivimos en su regazo,
acunados por su ternura.
Vivimos por su cariño.
Acerca tu cabeza,
reclínala en mi pecho,
y oirás mis latidos.
también yo tengo miedo.
Pero confío.
Sé de quién me he fiado.

Creo humildemente, que la Vida, no está encuadernada, y que no tener miedo, no va ligado sin más a tener fe, ni viceversa. Hay gente temeraria, (arriesgada, atrevida, sin miedo) que creen vivir la vida más y mejor que otras personas. El miedo, el temor, es una emoción primaria de la vida que pertenece a nuestro sistema psíquico y que cumple una función adaptativa en la vida. Otra cosa es que la fe oriente nuestras acciones y pase por encima de la inercia del miedo superando el escapismo o la inmovilidad que ésta emoción produce. En este sentido, es cierto que la gracia perfecciona la naturaleza, tanto como que, en un sujeto pueden convivir el miedo y la fe. Siempre que podamos gestionar nuestras emociones en un nivel psicológico, es posible conciliar ambas cosas. Porque incluso a veces, vivir la fe y sentir miedo, puede convertirse en un nivel superior de testimonio espiritual. Ni Dios ni la gracia que Él nos da, son enemigas de nuestra naturaleza, más bien la sanan y la enriquecen, pero esto no es óbice para que a veces el «sentimiento» (sentir el miedo) no quede en nuestra experiencia psíquica, como aquella «espina» clavada en la carne de San Pablo, que Dios no nos cura, pero que sirve en efecto, para que se manifieste más palpablemente su poder en nuestra debilidad.