Ofrecemos hoy el testimonio de un médico burgalés que conoció a Teresa de Jesús. Se llamaba Antonio Aguiar. Colaboró en la compra de la casa para el carmelo de Burgos y atendió a la santa, siempre enferma y ya de edad avanzada, durante el tiempo que estuvo en esa ciudad, (enero-julio de 1582). Se había licenciado en Alcalá y en esta Universidad coincidió con Jerónimo Gracián, del que era buen amigo. Su visión sobre Teresa la podemos ver reflejada en estos párrafos, tomados de su declaración en los Procesos de Beatificación (Burgos, 1.7.1610), en los que comunica cómo y a qué nivel, se relacionó con ella:
Con la blandura de su tan santo y religioso trato, le comenzó a comunicar todas las horas y momentos que juntos estábamos, que era casi todos, sus discursos de su vida y conversión, de sus trabajos y enfermedades, de sus necesidades y pobreza, de manera y en tantas ocasiones, que a este testigo le parece que ninguna cosa de cuantas por ella habían pasado jamás, excepto las revelaciones y casos reservados para solo la confesión, en todos los demás le parece a este testigo que ninguna cosa la dejó de comunicar. Y en esto gastó este testigo desde aquel tiempo hasta que la Santa se fue de este lugar, el tiempo y la vida, el más bien gastado y más bien empleado que jamás gastó, porque la santa Teresa de Jesús, aunque este testigo no presumía de ella las grandezas que después de su muerte se descubrieron, ni lo creyera a nadie que se lo dijera, tenía, sin embargo de todo, la santa Teresa una deidad consigo para este testigo secreta, pero no sé con qué propiedad, en fin, como del cielo, se le pasaban las horas de todo el día con ella sin sentir, y no menos que con gran gusto, y las noches con la esperanza de que la había de ver otro día, porque su habla era muy graciosa, su conversación suavísima y muy grave, cuerda y llana, y como salida de pecho que tanto ardía en el amor de Dios. Sus palabras sacaban consigo pegado un fuego tan suave, que derritiera sin quemar los corazones de quien la trataba, porque entre las gracias que ella tuvo, una de ellas fue lo que los teólogos llaman, gratia sermonis, como una de las subsiguientes exposiciones se pregunta, con que llevaba tras sí a la parte que quería y al fin que deseaba a todos los que la oían; y parece que tenía el timón en la mano para volver los corazones por precipitados que fueran, y encaminarlos a la virtud y regla de vivir santamente conforme a la divina ley. En aquel tiempo que así nos tratábamos, contó a este testigo todas sus peregrinaciones, sus trabajos en las fundaciones, las innumerables enfermedades que en ella concurrían, con tanto donaire y suavidad, que se tornaban como dicen a saborear y a reir de ellos y de sus enfermedades y dolores; recontaba los acontecimientos y sucesos, diciendo que no quería cansar a este testigo para que curara sus males, que no tenian remedio. Y conoció a la dicha Santa, que decía de ser de sesenta y siete años por la cuenta, tan desencuadernada y desencajados los huesos, que fuera lástima, que se le debía tener si no se supiera que de tales romerías, peregrinaciones y trabajos se habían de traer tales veneras, y que en la conquista de los vicios y adquisición de tantas virtudes como en ella resplandecían, no se pudo salir tan francamente que no sacase» tantas heridas como se le parecían en corazón y cabeza, y en todas las junturas, y en el estómago, y en todos los miembros de su cuerpo, que tenía convulsiones, desmayos, destilaciones, vómitos y otra inmensidad de males. Llevábalos con tanta paciencia, que era cosa que espantaba, sin quejarse ni ser enfadosa, y esto sabe y responde a esta pregunta y es lo que a ella responde.
[…] En el ínterin que duró la dicha fundación del monasterio de San José de esta ciudad, y en las ocasiones y tiempo que dicho tiene, le tornaba a referir a este testigo la dicha Santa, a su parecer, todas las casas que hasta entonces tenia fundadas, así de monjas como de frailes, formando la nueva Reformación en ellas y en ellos, y los modos que tenía de enseñar a los frailes la nueva Reformación, ensayándolos desde su casa en lo que habían de hacer en el ejercicio de la nueva Reformación, allanando así los caminos para que no les pareciesen tan ásperos. Y contábalo la dicha Santa a este testigo, sazonándolo algunas veces con una risa tan suave, que no parecía sino que los trabajos presentes y pasados se le volvían a la boca hechos azúcar.
Procesos de beatificación y canonización de santa Teresa de Jesús, tomo III BMC 12 pp 423-424
