María del Puerto Alonso, ocd.
Carmelo de Puzol
Santa Teresita y Santa Teresa son dos santas que tienen mucho en común, aunque hay aspectos en los que son muy diferentes. Todavía hay gente que las confunde. Sin embargo aprovecharemos estas líneas para poder explicar sus diferencias, pero sobre todo, lo que tienen en común.
Santa Teresa nació en Ávila (España) en 1515. Entró en la vida religiosa en el Carmelo de la Antigua Observancia, pero fue la fundadora del Carmelo Descalzo tanto femenino como masculino. Mujer fuerte, andariega por los caminos de España, mística que pisa tierra firme, es maestra de oración en una época donde a las mujeres se las condenaba a la oración vocal (repetir padrenuestros y avemarías) y en la que el conocimiento de la Biblia estaba prohibido al pueblo (más a raíz de la reforma protestante). Murió en Alba de Tormes en 1582.
Ella entra Carmelita Descalza y, por lo tanto, Santa Teresa es su patrona y fundadora. Teresita no sale nunca del convento donde entra a los 15 años, pero en cambio ella sí tiene ocasión de conocer la Biblia. Muere en plena juventud.
Ambas son doctoras de la Iglesia. A ambas menciona el catecismo de la Iglesia Católica cuando habla del tema de la oración. Y tienen mucho en común sobre su visión de Dios, su Cristocentrismo, amor a la Biblia, proyección misionera y amor a la Iglesia. Teresita es también discípula aventajada de San Juan de la Cruz (del cual Santa Teresa fue maestra, fundadora, pero también discípula).
Teresita fue bautizada con el nombre de María Francisca Teresa, pero en su familia fue siempre llamada por su tercer nombre, que conservó en la vida religiosa (temió que no fuese así y se dio una gran alegría cuando le confirmaron que conservaría su nombre a pesar de que dos religiosas ya lo tenían en la comunidad). En la Historia de un Alma, ella nos hace referencia a su nombre y a su patrona en diversas ocasiones: “Cuando el predicador hablaba de santa Teresa, papá se inclinaba y me decía muy bajito: escucha bien, reinecita, que está hablando de tu santa patrona”. También cuando de niña miraba en el cielo estrellado, veía unas estrellas en forma de “T”. Ella exclamaba que su nombre estaba escrito en el cielo.
Ambas se sienten felices en su infancia y sufren la orfandad de madre (Teresa a los 12 años, Teresita a los 4). Se saben especialmente amadas por sus familias a las que también quieren profundamente y viven una experiencia de un Dios amoroso que las acompaña y protege desde su niñez.
Para Teresa, Dios es quien encubre males y descubre bienes en las personas (Vida 7,18), dora las culpas (Vida 4, 10), perdona (Vida 14, 12; 38,16) y olvida (Vida 18, 4), pues la misericordia de Dios no tiene tasa (5 Moradas 4,11). Dios es quien me quiere más que yo a mí misma (Vida 32,5). Amigo, Consejero y Remedio (Vida 25, 17.19) transformante de la persona (Vida 25,19), liberador (6Morada 1,10)… Es un Dios flexible, que se amolda a nuestro modo y forma de ser (Camino E. 33,2; 48,3). ¿Y para Teresita? Ella también habla de un Dios amor que experimenta en su vida siempre como bondad. El Buen Dios aún en los momentos dolorosos de su vida. Crecida en una época de temor, ella se abandona al amor de este Dios misericordioso. Dice en una de sus cartas: Te aseguro que Dios es mucho mejor de lo que piensas. Él se conforma con una mirada, con un suspiro de amor…
¿A qué se debe que ambas tengan esta experiencia de Dios? A que la fundamentan en Jesús. Ambas observan su comportamiento con los pecadores, sus parábolas… y no pueden menos que ver en ello el reflejo de un Dios amor. Ambas tienen especial devoción a los momentos de la vida de Jesús en que más se palpa su debilidad y su humanidad: la infancia, la pasión. Las dos tienen una conversión en su vida a raíz de un encuentro con Jesús. Santa Teresa, al ver una imagen de Cristo atado a la columna, llora y le pide que le dé fuerzas para cambiar. Santa Teresita, se siente fortalecida por Jesús en Nochebuena, cuando el Niño le ayuda a no llorar más y comportarse como una adulta.
Las dos tienen también la experiencia de Jesús como su Maestro. Así, Santa Teresa de Jesús: “Cuando su Majestad quiere, en un punto lo enseña todo, de manera que yo me espanto” (Vida 12, 6) y “su Majestad fue siempre mi Maestro (sea por todo bendito, que harta confusión es para mí poder decir esto con verdad)” (Ib.). Y Teresa del Niño Jesús: “No creas que estoy nadando entre consuelos. No, mi consuelo es no tenerlo en la tierra. Sin mostrarse, sin hacerme oír su voz, Jesús me instruye en secreto; no lo hace sirviéndose de libros, pues no entiendo lo que leo” MsB 1r. Ambas fueron grandes amantes de los libros y de la lectura, pero llega un momento en sus vidas que las dos encuentran su “Libro vivo” en Jesús.
Ambas son apasionadas de la Biblia, aunque vivieron en contextos históricos muy diferentes. Santa Teresa nunca tuvo una Biblia. Esta había que leerla en latín. Existían traducciones parciales, pero fueron prohibidas en 1559. Teresa de Jesús accedió a la Sagrada Escritura por medio de sermones, traducciones en algunos libros devotos, etc. A pesar de ello, se encuentran más de 600 citas en sus obras, lo que indica que la Palabra de Dios era sumamente importante para ella y que la hacía vida de su vida. Lo mismo puede decirse de Teresita, aunque tiene pleno acceso a los Evangelios, que lleva siempre en su corazón (como Santa Cecilia) y siente una “extraña” inclinación (en su época) hacia el Antiguo Testamento; cita unas mil veces la Sagrada Escritura en sus obras. Las dos tenían sed de saber más, de poder conocer más de la Sagrada Escritura. Así decía Santa Teresita a sus hermanas ya en el lecho de muerte: “Solo en el cielo veremos la verdad de todas las cosas. En la tierra es imposible. Por ejemplo, en la misma Sagrada Escritura, ¿no resulta triste ver tantas diferencias de traducción? Si yo hubiese sido sacerdote, habría aprendido el hebreo y el griego, y no me habría contentado con el latín, y así habría podido conocer el verdadero texto dictado por el Espíritu Santo”. De hecho, Teresita, contrastaba los diversos textos del Evangelio para concordar y así profundizar en ellos y comprenderlos mejor. Y Santa Teresa exclamaba en su libro de las Moradas: “Y ¡quién supiera las muchas cosas de la Escritura que debe haber para dar a entender esta paz del alma!” ¡Qué hubiera hecho la Madre Teresa de haber tenido acceso a la Escritura! Su comentario al Padre Nuestro es una joya de la espiritualidad.
También sienten una plena identificación con los personajes del Evangelio: la Samaritana, la Magdalena, el Hijo pródigo… pasan por sus escritos, pero también por sus personas, porque se identifican con ellos, los hacen suyos, se ponen en su lugar y conversan con Jesús
Teresa y Teresita también comparten un aspecto muy singular: aman a la Iglesia radical y profundamente, al tiempo que les duele su situación como mujeres dentro de ella. Un amor crítico, doliente, que mira a Jesús como modelo en su trato con la mujer y luego contempla a la Iglesia, y nota cierta discordancia que no debiera producirse… Ambas tienen textos muy similares en los que defienden a las mujeres. Es sorprendente el parecido de ambos escritos teniendo en cuenta que el de Santa Teresa fue tachado tan ferozmente por el censor, que no pudo ser leído hasta el siglo XX. Por lo que Teresita desconoció la defensa de la mujer que hizo Teresa. No nos caben aquí enteros ambos alegatos pero copiaremos al menos unas frases de ambas… De Teresa:
“ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres… ¿No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas e incapaces para que no hagamos cosa que valga nada por vos en público ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habíais de oír petición tan justa? No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois justo juez, y no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa…”
Y de Teresita:
“Todavía hoy sigo sin comprender por qué en Italia se excomulga tan fácilmente a las mujeres…¡Pobres mujeres! ¡Qué despreciadas son…! Sin embargo, ellas aman a Dios en número mucho mayor que los hombres, y durante la pasión de Nuestro Señor las mujeres tuvieron más valor que los apóstoles, pues desafiaron los insultos de los soldados y se atrevieron en enjugar la Faz adorable de Jesús… En el cielo demostrará claramente que sus pensamientos no son los de los hombres, pues entonces las últimas serán las primeras…”
El afán evangelizador de ambas las mueve a fundar tanto la rama femenina como la masculina en Teresa, y a hacerse carmelita en Teresita. Como Teresita afirma en una de sus cartas: “una carmelita que no fuese apóstol se apartaría del fin de su vocación y dejaría de ser hija de la seráfica santa Teresa”.

Reblogueó esto en Edna Santos.
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Reitero.
¿Y la de Ágreda, y Sor Juana Inés de la Cruz?
Increíble que los mejores clientes de la «leyenda negra» sean los españoles…
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Cada persona vive en su circunstancia histórica y ha de afrontar sus dificultades. No se trata de ninguna leyenda negra, sino de una realidad de la que la propia Teresa de Jesús deja constancia en sus escritos.Ella habla de que a las mujeres solo les permiten la oración vocal, y reivindica el derecho a la oración mental. Ella habla de la prohibición de leer libros espirituales y la biblia en varias de sus obras.
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«…en una época donde a las mujeres se las condenaba a la oración vocal… y en la que el conocimiento de la Biblia estaba prohibido al pueblo…»
¿Me pueden entonces por favor explicar santas como Hildegarda de Bingen (y vaya que vivió siglos antes que Teresa de Ávila…)?
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Estamos hablando de la España de la Contrarreforma, del decreto de libros prohibidos del Inquisidor Valdés (1559). En otras épocas y en otras latitudes, la situación era otra.
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