El quijotismo teresiano según Unamuno

unamunoPedro Paricio Aucejo

Miguel de Unamuno (1864-1936) es referente obligado de la cultura española contemporánea. Admirado y respetado por los miembros componentes de la Generación del 98 de la que formaba parte, actuó como mentor en este nuevo florecimiento de nuestra literatura conocido también como ´Segundo Siglo de Oro´. La vida y la obra de este vasco universal se manifiestan en profunda relación. Su  variada creación literaria (poesía, novela, teatro, ensayo, colaboración asidua en prensa…) es fiel reflejo del drama agónico de su más íntimo yo, pues vertió en ella sus personales preocupaciones como hombre ´de carne y hueso´, entre las que ocupaba una posición prominente la España de su tiempo.

Compartida también por sus compañeros de generación, la reflexión acerca de la situación casi agonizante en que se encontraba nuestra patria le movió a una voluntad de reforma de la nación, de modo que, con los medios a su alcance, pretendió actualizar los valores que históricamente dieron realidad a la esencia de lo español. En la averiguación de los rasgos de este espíritu nacional, junto al análisis del quijotismo encarnado en el caballero de la Mancha,  desempeñó un papel clave el estudio de los místicos, que representaban otra de las señas propias de la cultura hispana –el espiritualismo– y por quienes el rector de la Universidad de Salamanca sentía además una confesada afinidad. Esta combinación de intereses le llevó a hacer una lectura seria de sus escritos, sobresaliendo la realizada a Santa Teresa de Jesús, a cuyo estudio había accedido –al menos– por la edición de 1881 de sus Obras, existente en su biblioteca particular.

Precisamente acerca del esclarecimiento en la producción unamuniana de las raíces quijotescas manifestadas en los actos y la personalidad de la monja abulense es sobre lo que versa el estudio ´Santa Teresa en Unamuno: Santa Teresa y Don Quijote´¹, de Pelayo H. Fernández. Al comienzo de la publicación, este profesor de la Universidad de New Mexico (USA) señala que, si bien el nombre de la santa abulense surge a lo largo de los escritos unamunianos, destaca con  mayor frecuencia y especial significado en tres de sus libros capitales: En torno al casticismo, Vida de Don Quijote y Sancho y Del sentimiento trágico de la vida. En ellos se sostiene que el alma española encarnó históricamente en dos tipos de caballería andante, la humana y la divina. Ambas buscaban la inmortalidad: la una en la fama, la otra en Dios. Al igual que los caballeros andantes, los místicos castellanos pelearon a lo divino (“ímpetu y arrestos caballerescos es lo que a tan altas almas les llevó a buscar la santidad en España y fue la vida de mortificación una empresa caballeresca”).

De esta suerte, la doctora de la Iglesia sería, junto a su hermano espiritual Don Quijote, símbolo viviente o arquetipo de dicha alma (“dama andante del amor que de tan hondamente humano se sale de lo humano todo”). Aficionada, como él, a leer en su juventud libros de caballerías, su acontecer vital experimentará por ello ciertos aspectos comunes con los del hidalgo manchego, pues, si bien es cierto que aquellas lecturas sirven de descanso y alimento espiritual, también engendran acciones heroicas y extremosas. El primer rasgo es la locura, que –a diferencia de la pérdida del juicio en el caso de Don Quijote– para la carmelita universal supuso, según Unamuno, su tránsito, “a través de lo terreno del amor, al amor sustancial y anheló gloria eterna y engolfarse en Jesús, ideal del hombre. Y dio en heroica locura y llegó a decir a su confesor: ´suplico a vuestra merced seamos todos locos, por amor de quien por nosotros se lo llamaron´». Otro aspecto paralelo, consecuencia de las lecturas, lo constituyen la burla y el ridículo a que ambos se ven expuestos públicamente por las desusadas acciones que emprenden. De ahí que el Unamuno filólogo invente el verbo ´teresizar´ para emparejarlo con el de ´quijotizar´.

Pero, tanto en Don Quijote como en Santa Teresa, aquella búsqueda de la inmortalidad fue una tarea agónica, de lucha, la del sentimiento trágico de la vida del ´muero porque no muero´. En un soneto dedicado a la descalza de Ávila, el apasionado pensador, después de llamarla ´Quijotesa a lo divino´, dice de ella “que dejó asentada/ nuestra España inmortal, cuya es la empresa:/ ´solo existe lo eterno; ¡Dios o nada!´”. Según su interpretación, este designio está propiciado por un sentimiento trágico de la vida (´aquella vida de arriba/ es la vida verdadera;/…/ que muero porque no muero´) gracias al cual “engendra la humanidad al Dios vivo”. Este sentimiento mueve al individuo a inquietar los espíritus e infundir en ellos fuertes anhelos, como los cantados por Teresa de Jesús: ´Sácame de aquesta muerte,/ mi Dios, y dame la vida;/ no me tengas impedida/ en este lazo tan fuerte;/ mira que muero por verte/ y vivir sin ti no puedo,/ que muero porque no muero´.

Estas son las acciones y el temple anímico que, en unamuniana visión, harían de la Santa y de Don Quijote la encarnación nacional y universal de los arquetipos de la cultura española.

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¹Cf. págs. 747-755 de Manuel Criado de Val (ed.), Santa Teresa y la literatura mística hispánica, Madrid: EDI-6; 1984.


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