
Dios sigue empeñado en nacer, en acompañar nuestra historia humana, para transformarla en divina.
Lo que sucedió hace más de dos mil años en Belén va a suceder, ya está sucediendo.
El Dios del Cielo se encarna en cada ser humano, se hace historia de nuestra historia.
Como María, como José, no apartemos los ojos de Él, que los tiene puestos permanentemente en nosotros.
¡Feliz Navidad!
Teresa, de la rueca a la pluma
Con nuestra felicitación, incluimos el mensaje navideño del Prepósito General de los carmelitas descalzos, P. Saverio Cannistrà:
Navidad 2014
P. Saverio Cannistrà
En el misterio de la Navidad Dios pide ser acogido por el hombre. Llama a la puerta de nuestra casa, de nuestro mundo, de nuestras tareas cotidianas: quiere entrar, encontrar un sitio donde estamos nosotros, nuestras cosas, nuestros pensamientos, nuestros afectos, hace justo lo que hace cada ser humano que viene al mundo, cada huésped (esperado o no esperado), que se presenta en nuestra casa. El hombre pide siempre a otro hombre que le haga un espacio, que le dé tiempo: sin esto no puede vivir. Y el milagro de la Navidad es este: si Dios se hace hombre, es porque necesita que el hombre cuide de él. Esto, por paradójico que nos parezca y contrario a cualquiera idea natural o filosófica de Dios, sin embargo es comprensible. Quizá lo que resulte más difícil de entender es que esta acogida también es la definición de la salvación del hombre. El hombre se salva desde el momento en que cuida de Dios. Acogiendo al Dios hecho hombre, el hombre se acoge a sí mismo, se acoge en el modo más auténtico y radical, y logra por fin quererse.
Sí, porque el problema es que el hombre no se quiere para nada y no cuida de sí mismo. Cuando en el evangelio de Lucas leemos que «para él (para ellos) no había lugar en la posada» o en el evangelio de Juan, que «vino entre los suyos, y los suyos no lo recibieron», es precisamente del hombre del que está hablando. Este es el primer y fundamental destello de la Navidad: descubrir que en nuestras vidas y en nuestras posadas, en nuestras mentes y corazones, no hay lugar para nosotros mismos, para lo que realmente somos, para ese incesante dinamismo que es el hombre, para su infinito potencial de amor. Todo está ya ocupado, todo reservado, un poco como nuestras agendas o nuestros calendarios antes de que empiece el nuevo año.
¿Y de qué está hecho este hombre que nos pide entrar y busca un sitio en nosotros? Me parece que la Palabra de Dios, leyéndola entre líneas, nos ofrece no pocos elementos para reconstruir su fisonomía y para comprender su naturaleza.
El primer elemento es el tiempo. Es un hombre que está hecho de tiempo, que necesita tiempo. Necesita casi un año para aprender a caminar, y más de un año para aprender a hablar, y luego más años para aprender a leer, a escribir, a trabajar… Jesús pasa treinta años en Nazareth, creciendo en edad, sabiduría y gracia. Muchos días, meses, años, que no son iguales unos a otros, sino que son etapas que se suceden, y una es consecuencia de la otra. El tiempo no se repite, continúa, nosotros decimos «inexorablemente», y en cambio no: evoluciona beneficiosamente, salvíficamente. Me pregunto si mantenemos todavía este sentido del tiempo, de la existencia, de su «desplegarse», que es en realidad un ir abriéndose camino, o si en cambio estamos aferrados al instante, muchos instantes, cada uno idéntico al otro, sin progresión, sin orientación, uno acumulado, imprimido sobre el otro. Tenemos prisa de ver los resultados, de poseer bienes tangibles, que en realidad son solo imágenes efímeras, hechas de la misma materia de los sueños. El Dios que se hace hombre nos pide que acojamos al hombre con sus tiempos, que crece y madura lentamente.
El Dios que entra en nuestra vida es también el hombre que contiene espacios y paisajes interiores. El nacimiento de Jesús está rodeado por una serie de experiencias hechas en soledad y en interioridad. Los evangelios hablan de ángeles, es decir de mensajes que envuelven a María en su espera, a José en su interrogarse, a los pastores en su velar nocturno. Y de todas estas personas se nos dice que descubrieron una realidad diferente, escondida a los ojos del mundo, pero generadora de vida, de luz, de esperanza nueva. «Se llenaron de alegría y de Espíritu», según la expresión del evangelio de Lucas. Alegría y Espíritu brotan del interior, como de un manantial que surge de las profundidades de la roca. El hombre está hecho de esta roca: hay en él algo muy sólido, muy resistente. Pero, ¿hay espacio para esta soledad en nuestro mundo, que ahora solemos calificar como «líquido»? ¿Queremos ser sólidos? ¿Queremos de verdad resistir a vientos y corrientes que nos solicitan, nos distraen, nos tientan? ¿No nos da miedo estar anclados, cuando todo parece dejarse llevar de una dulce deriva? Y sin embargo la fe es estar firmes, la fidelidad es permanecer firmes, la paz es estar firmes, no en el sentido de una inercia o de una paz de cementerio, sino queriendo enraizarnos en profundidad en algo que es verdad: consistente y fiable, a pesar de todo. Es la Palabra, el Logos del que provenimos, pero «que el mundo no ha reconocido». Muchas palabras, demasiados sentidos, muchos paraísos nos atraen.
Y, por último, este hombre que nos pide ser acogido y reconocido está hecho de carne: el Verbo se ha hecho carne. Así nos dice el evangelio de Juan. No dice: se ha hecho hombre, sino que se ha hecho carne, aun sabiendo que carne alude en cierto modo a corrupción, a vulnerable, a frágil. La carne siente frío y calor, hambre y sed, siente cansancio y sueño. La carne tiene deseos y pasiones. La carne se estremece, tiembla y sangra. Pero también recibe caricias y abrazos, se calienta al fuego y goza con la brisa del mar, es ungida de aceites perfumados y cubierta de lino. La carne no es una realidad que solo se toma en consideración desde el punto de vista médico o de la pasión erótica. La carne soy yo: mi sentir, mis reacciones al mundo en el que vivo, mi condición terrenal, de al que intentamos protegernos, o huir gnósticamente. Hablamos por lo tanto de hombre o de sociedad post-humana o post-mortal, siguiendo un ideal de hombre-máquina, cuyos pedazos pueden ser reemplazados o transformados. Quizás no nos damos cuenta de que esta visión se está apoderando sutilmente de nuestras mentes, alejándonos cada día más del cuerpo de carne del que estamos hechos y que contiene y cuida nuestro ser más verdadero. Porque es el cuerpo el verdadero sujeto de la vida espiritual y no hay como el misterio de la Encarnación para recordárnoslo y hacernos meditar. No despreciemos el cuerpo, no seamos gnósticos, de lo contrario con el cuerpo perderemos también el espíritu. El cuerpo de Jesús se pone en nuestras manos, para que lo acojamos y con él, también acojamos nuestros cuerpos, con su historia, sus heridas, sus emociones, sus debilidades. Cuerpos que nos piden que cuidemos de ellos, no solo yendo al médico, sino escuchándolos en profundidad, viviendo y saboreando hasta la médula la verdad de nuestro ser en el mundo.
Para esto ha venido Dios al mundo, para que aprendamos a estar en él, en verdad y gracia, sin fugas, pero también sin cadenas: libres, como solo los hombres pueden serlo cuando aprenden a ser verdaderamente humanos.
¡¡¡Feliz Navidad!!! ¡¡¡Gracias!!! Padre Saverio Cannistra sus palabras siempre son muy alentadoras para todas la personas, no sólo para nosotros los carmelitas, por eso quisiera compartirlas en mi facebook, así las pueden leer mis amigos.
Le doy gracias a Dios por el Don de su vocación y que Dios lo Bendiga siempre, en especial en esta año del V Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús.
Le deseo un año pleno de paz, amor, ¡¡¡Feliz Quinto Centenario!!!
Laly OCDS
Gracias, Gladys, por tus palabras. Nos alegra saber que te ha ayudado el texto del P. Saverio. También para ti un feliz año nuevo teresiano.
Feliz Navidad y gracias por las palabras del P. Cannistrá que me han tocado profundamente. A decir verdad, parecían escritas exclusivamente para mí y me han emocionado `porque coinciden con mi experiencia vital del último año que ya se acaba. Saber que sólo acogiendo a Dios en nuestro interior es como nos podemos amar a nosotros mismos como a Él ha sido una experiencia dura porque la soledad y las experiencias que la propician van al contrario de todo lo que nos dice el mundo exterior donde predomina este ‘pensamiento líquido’ y yo,al contrario que los ángeles que siempre van en grupos, de los pastores que velaban juntos e incluso de la Virgen María que tenía a San José o de cualquier comunidad religiosa donde se tienen unos a otros para compartir las alegrías y las penas aun en el silencio, no he tenido mas que la engañosa compañía virtual de FB donde, salvo excepciones como esta, todo parece obedecer a la superficialidad, el interés y la manipulación. Por eso de pronto, encontrar palabras como las del P. Cannistrá ha sido para mi como un regalo cuya alegría sólo puedo compartir en estas líneas que a saber quién leerá. Es tan difícil compartir la experiencia de Dios en nuestros días que envidio a las personas que viven en comunidades donde se puede vivir en profundidad la presencia de Dios en nosotros. Muchas gracias de nuevo. Me siento un poco menos triste.
Nos alegra tu comentario. Gracias por compartir tu experiencia, que nos enriquece y nos ayuda a caer en la cuenta de tantas personas que, a nuestro lado, hambrean relación humana y acogida incondicional. La comunidad es un regalo inmenso que quienes lo tenemos, no siempre lo valoramos. Gracias por recordárnoslo. Un abrazo.
Maria José
FELIZ NAVIDAD
Igualmente, Miriam