Pedro Paricio Aucejo
Desde las conversiones al catolicismo del presbítero anglicano John Henry Newman en 1845 –que posteriormente sería elevado a la dignidad de cardenal por León XIII y beatificado por Benedicto XVI– y del escritor G. K. Chesterton en 1922, se abrió en la cultura anglosajona una etapa de renacimiento de la literatura cristiana que, en pleno siglo XX, constituyó una sugerente respuesta artística e intelectual al predominante agnosticismo de la época. Aparte de Chesterton fueron muchos los protagonistas renombrados de este proceso de transformación religiosa y cultural que, a modo de red, se iba extendiendo progresivamente con la interrelación mantenida por sus distinguidos miembros: Eliot, Lewis, Tolkien, Belloc, Benson, Knox, Campbell, Waugh, Greene, Muggeridge…

El profesor británico Joseph Pearce, uno de los mejores especialistas en literatura contemporánea –que, en 2001, se trasladó a Estados Unidos, donde ejerce su profesión en Florida y colabora habitualmente en la prensa británica, estadounidense y canadiense–, en su obra Escritores conversos¹ ha abordado con detalle esta pléyade de autores. Su análisis se ve favorecido por la trayectoria de su propia biografía, pues, tras una juventud extremadamente anticatólica, experimentó un gradual acercamiento a nuestra fe por medio de la literatura y especialmente de la de Chesterton. De la extensa nómina de personajes estudiados en este libro me ceñiré a referenciar solo los casos de Dawson, Schumacher y Williamson, que son los únicos en los que explícitamente se señala la influencia espiritual de Santa Teresa de Ávila en sus vidas y obras.
Por lo que respecta al historiador británico Christopher Dawson (1889-1970), convertido al catolicismo en 1914, cabe señalar –en su concepción cristiana de la vida– su consideración de que las causas últimas de los procesos históricos son las fuerzas espirituales, al igual que su propuesta de la Iglesia católica medieval como factor esencial en el nacimiento de la civilización europea. Amó la espiritualidad barroca, hasta el punto que, a partir de 1958, se dedicó a defender el catolicismo barroco dentro de la tradición eclesiástica de la época, al estimar que este difundía su mensaje a través de medios como el arte, la música, la poesía y la mística: “Para mí, el arte de la Contrarreforma era un auténtico placer, y las iglesias de Bernini y Borromini no me gustaban menos que las basílicas más antiguas. A su vez, aquello me condujo hasta la literatura de la Contrarreforma y fue así como conocí a santa Teresa y san Juan de la Cruz, al lado de los cuales hasta los más grandes escritores religiosos no católicos palidecen y pierden consistencia.”² Fue la figura de Santa Teresa la que, medio siglo antes, influiría especialmente en su proceso de conversión.
En cuanto al influyente pensador y economista Ernst Friedrich Schumacher (1911–1977), cuyas ideas se divulgaron mundialmente en la década de los 70 del pasado siglo gracias a la popularidad adquirida con su libro Lo pequeño es hermoso, aunque nacido en Alemania se trasladó pronto a Inglaterra, donde, después de una serie de avatares, obtuvo definitivamente la nacionalidad británica en 1946. Bajo la influencia juvenil del agnosticismo y del ateísmo, fue experimentando una creciente fascinación por la religión, primero la budista y, desde finales de 1950, la católica, que influyó fuertemente en su pensamiento. Comprobó las similitudes entre sus propios puntos de vista económicos –críticos con el materialismo y el capitalismo occidental– y los de determinados pensadores católicos, así como los contenidos en las enseñanzas de las encíclicas papales de León XIII y Juan XXIII sobre temas socio-económicos. Filosóficamente, absorbió gran parte del tomismo, atraído por el contraste que este suponía frente al subjetivismo y relativismo de la filosofía y de la sociedad moderna. También estuvo muy interesado en la tradición de la mística cristiana, sintiendo especial admiración por la obra de Santa Teresa. En 1971 se convirtió al catolicismo.
Por último, el prolífico historiador y dramaturgo británico Hugh Ross Williamson (1901-1978) –que después de ser sacerdote anglicano se convirtió al catolicismo en 1955– fue un prolífico autor de novelas históricas, de obras sobre personajes decisivos en los tumultuosos años que siguieron a la reforma inglesa y uno de los mejores apologistas de nuestra fe en su tiempo. Su vinculación con la doctora de la Iglesia se plasmó públicamente en 1961, fecha en la que escribió una obra teatral sobre Santa Teresa de Jesús. Representada en el teatro Royal Court de Liverpool ante seiscientas monjas, tuvo que prolongarse veinte minutos más de lo habitual a causa de las interrupciones provocadas por las risas y los aplausos de su auditorio, que alabó la obra por su realismo, su sentido del humor y su precisión técnica. Esta actuación no fue la única realizada ante un público entendido y crítico, sino que, en otras representaciones, contó también con la presencia de 1600 personas entre sacerdotes, ministros de distintas confesiones cristianas y centenares de colegialas.
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¹Joseph Pearce, Escritores conversos, Madrid, Palabra, 2006, 571 ps.
²Op. cit., pág. 61.
Interesante artículo.
Gracias por compartirlo.
No es una temática habitual, y conocerla es adentrarnos un poco más en lo que es el hombre.
Saludo cordial.