La Soledad sonora: Hora de Laudes
XV CICLO DE MÚSICA SACRA
Monasterio Desierto de Las Palmas del 22 al 27 de julio de 2014
Director del Ciclo: Antonio Rodríguez Losada
Martes, 22 de julio 2014 / 20:00 h Música Divina
Rosanna y Gisela Morales, sopranos | Jaume Gimeno, arpa | Juan Antonio Ros, violoncello
Juan Carlos Mingarro, violín | Santiago Mollar, oboe | Maribel y Marien Ribes, rapsodas
Miércoles, 23 de julio 2014 / 20:00 h Vicent Campos & Ignasi Jordà
Trompeta y clave
Jueves, 24 de julio 2014 / 20:00 h LA VIRGEN GÓTICA
Diego Blazquez, canto | Felipe Sánchez Mascuñano, laúd medieval y vihuela de péñola
Viernes, 25 de julio 2014 / 20:00 h Visiones del Alma
Flavio Ferri-Benedetti, contratenor | Miguel Falomir, viola | Victoriano Goterris, piano
Sábado, 26 de julio 2014 / 20:00 h FALSIS FRATRIBUS
Xavi Boïls, corneta | David García, sacabuche alto y tenor
Manuel Quesada, sacabuche tenor | Xavi Banegas, sacabuche bajo | Ignasi Jordà, órgano
Domingo, 27 de julio 2014 / 20:00 h L’Estança Harmònica
Isabel Alcaraz, soprano | Josep Rius, flautas de pico | Sven Valcàrcel y Anna Sifre, violín barroco
Miquel Falomir, viola barroca | Anna Pitarch, violoncello barroco | Manel Sifre, clavicémbalo
www.desiertodelaspalmasmusicasacra.es
Ya está disponible en programa y el catálogo del nuevo ciclo de música sacra del Desierto de las Palmas, con una completa información sobre cada una de las actuaciones. De la introducción, escrita por el carmelita descalzo P. Alfonso Ruiz, entresacamos estos párrafos, dedicados a Teresa de Jesús con motivo del próximo V Centenario de su nacimiento:
Laudes Teresianas
Por más que el rezo de la “Hora de Laudes” se repitiera todos los días en la vida del Desierto, cada día tenía también su novedad no solo en la variedad de salmos y textos diferentes que se proclamaban, sino también en el tono de la propia celebración, según fuera más o menos festivo. En los que como es natural, adquiría mayor solemnidad.
Por esa misma razón y fieles a esa tradición, porque estamos en el umbral de una fiesta más sonada que es el V Centenario del nacimiento de Santa Teresa nos vais a disculpar que hoy entonemos en su memoria, según lo prometido unas Laudes Teresianas, específicas en su memoria, o lo que es lo mismo un canto de alabanza en homenaje a su vida. Más a su ser, que a su quehacer. De ahí que nos fijemos en dos aspectos singulares de su persona: su condición de mujer, y su entrega apasionada al ideal elegido de entregarse a Dios, que evidencia su santidad.
Respecto a lo primero baste recordar dos detalles, dos botones de muestra para hacernos idea de su valía, abriéndose camino y un lugar propio en un mundo dirigido y gobernado mayoritariamente por hombres. Comenzó primero por ser el centro afectivo de su casa. De los once hermanos que tuvo – nueve hermanos y dos mujeres –, amén de ser, como centro de gravedad del hogar, una fiel confidente de su madre Dª Beatriz de Ahumada y refugio, tras su muerte prematura del afecto de su padre D. Alonso Sánchez de Cepeda, al que incluso sirvió de guía espiritual en los últimos años de su vida.
Pero fue centro afectivo en realidad de donde quiera que estuvo. Tanto entre los primos como entre las jóvenes pensionistas de su adolescencia en las Agustinas de Gracia. Como lo fue de las monjas del convento de la Encarnación donde ingresó, y donde se convirtió también en punto de convergencia de no pocos amigos y benefactores de la comunidad.
Arrastró luego tras de sí y su noble ideal de una vida religiosa renovada, a más de 30 monjas de su convento de la Encarnación y a un número incontable de jóvenes que se le sumaron conociendo su ideal de la vida descalza, en los quince conventos que fundó de monjas. Sembrados por las tierras de Castilla y Andalucía, recorriendo caminos inverosímiles, muy a pesar del freno de su pésima salud y ganando para su causa a nobles y poderosos, desde el rey abajo, hasta los arrieros con los que compartió caminos. A todos se los ganó con su cariño entrañable que sabía volcarse con cada uno como si fuera su único y mejor amigo.
Quizá ninguna anécdota refleje mejor su condición y su valía que aquella que refiere que un buen día el P. provincial dominico P. Salinas, requirió a su hermano de hábito el P. Báñez, previniéndole: Quien es una tal Teresa de Jesús, que me dicen es mucho vuestra. No hay que fiar de virtud de mujeres”. A lo que respondió, un tanto sorprendido y acaso molesto el interesado: “Vuestra reverencia va a ahora a Toledo y la conocerá, con lo que luego hablaremos”.
Así que apenas regresado le preguntó el P. Báñez por su juicio, respondiendo el provincial muy pagado de su concepción machista de la mujer: “Me habíais engañado, que Teresa de Jesús no es mujer, sino varón, y de los muy barbados”. Aludiendo con esto, como acota pudoroso el cronista, al valor singular de aquella mujer. Siendo la propia Teresa la que reconoce, de acuerdo con este sentir, que Dios le había dado ánimo más que de mujer…
Nos tiene el mundo acorraladas
Pero no, era mujer y bien adornada de cualidades femeninas, si por tales entendemos su habilidad para ganarse amigos o su especial sensibilidad ante el padecer ajeno. Así como fue sagaz conocedora de su condición y la psicología de la mujer. A lo que habría que añadir su afición a la lectura, su búsqueda incansable de la verdad y el parecer de los doctos para no errar, convencida por lo demás de que “la verdad padece, pero no perece”. Tan apegada a la búsqueda de la verdad como seguro de su intención que le llevó a exclamar convencida: “que en todo puedo errar mas no mentir” (IVM 2). Y que amó su condición de mujer, a pesar de las limitaciones que la sociedad de su tiempo le imponía. Y a las que alude con relativa frecuencia, llamándose a sí misma, “ruin”, a la par que confiesa que “basta ser mujer para caérseme las alas”. Pero la obra que nos ha dejado demuestra que no se le cayeron y que fue capaz de ir a su paso abriendo caminos nuevos para sus hijas, las que se apuntaron a su ideal, tratando con elegancia y dignidad a los nobles y a los plebeyos, a los sabios y a lo ignorantes, a los pobres y a los ricos, defendiendo el valor y la virtud de la mujer con una página tan singular como ésta que aparece en sus escritos, aunque fuera tachada, naturalmente, por los censores…
“No aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais en el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres, pues estaba vuestra Sacratísima Madre, en cuyos méritos merecemos, y por tener su hábito, lo que desmerecimos por nuestras culpas” (C V 4,1). Y es a partir de ese convencimiento, y en el reclamo de una mayor libertad cuando la santa expresa su queja más dolorida: “No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas, que no hagamos cosa que valga algo por Vos en público, ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habíais de oír petición tan justa.”
Y se refiere en el caso a la petición que han de presentarle las religiosas, intercediendo por las necesidades de la Iglesia: “No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois justo juez, y no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán, y en fin todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa. Sí, que algún día ha de haber Rey mío, que se conozcan todos. No hablo por mí, que ya tiene conocido el mundo mi ruindad, y yo holgado que sea pública, sino porque veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres” (Ib.).
Pues no, nunca ha sido tiempo oportuno, aunque se haya hecho de despreciar el ánimo y la virtud de las mujeres. Y tanto como han perdido ellas, ha perdido la sociedad que no les reconoció sus derechos.
Un falso testimonio
A decir verdad las Laudes Teresianas por su nacimiento tendrían que ser más largas para reseñar siquiera alguno más de los otros muchos valores que adornaron su vida, pero en gracia a la brevedad que piden estas páginas nos conformaremos con apuntar la manera intensa y apasionada que Teresa tuvo de forjarse un ideal y de tender hacia él con todas las fuerzas y tenacidad de su alma.
Y ese ideal no fue otro que buscar lo trascendente frente a lo efímero, que es lo que ella llamó “la verdad de cuando niña”, de haber descubierto que todo es pasajero y que solo Dios permanece. De ahí su afán de buscar y complacer a Dios por encima de todo. De llenar su vida de Él, de identificarse plenamente con su querer buscando con ansia en la oración, en el encuentro con Jesús, el Dios humanado, cercano por eso mismo a nuestras debilidades Verdad y sentimiento que plasmó en sus versos conocidos que pueden ser el mejor antídoto frente a nuestras desganas o impaciencias o nuestros apegos:
Nada te turbe.
Nada te espante
Todo se pasa
Dios no se muda
La paciencia
Todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene
Nada le falta
Solo Dios basta.Pero amén de ser la suya una búsqueda incansable de Dios mismo, de la santidad a la que llama a sus creyentes, su andar el camino hacia la meta estuvo lleno de donaire y buen humor, porque siempre aborreció eso de los santos “encapotados”, segura de “cuanto más santas más conversables” (C 40). De ahí que viviera una santidad contagiosa y que llamara la atención por su libertad de trato, ajeno a los formulismos, con modales, que “no parecían de santa” que si acaso escandalizaron a algunos, como aquellas damas que le esperaban en Madrid, al acecho de algún milagro y a las que desconcertó hablándoles de lo bonitas que estaban sus calles. Pero eso mismo resultaba admirable para otros, como la propia hermana de Felipe II, su anfitriona en la misma ocasión que exclamó: “bendito sea Dios que nos ha dejado ver una santa como los demás, que come y duerme”.
Claro que en realidad esto de que algunos pregonaran su virtud y santidad siempre la trajo a mal traer en su humildad, pues nunca se lo creyó. Pues según le confesó a un buen amigo, el P. Pedro de la Purificación, que le ayudaba en la fundación de Burgos, vizcaino por más señas, el mundo le había levantado tres falsos testimonios diciendo de ella que de joven había sido hermosa, luego discreta y ahora de mayor santa. A lo que ella misma se defendía diciendo que alguna vez sí que se había confesado de creer las dos primeras, pero nunca la tercera, que no acertaba a explicarse. Por eso había escrito con gracia, después de haber probado la humillación de sentirse aclamada en sus caminos por la Mancha, que buscaran otra santa, ya que no les costaba más de decirlo.
Aquel cantarcillo
Y ya que este pregón de fiesta del Centenario Teresiano, lo es a la vez de un nuevo ciclo de Música Sacra de esta Soledad Sonora del Desierto de las Palmas, no sobra el añadir que ella fue una buena amante tanto de la soledad como de la naturaleza, seguros de que hubiera disfrutado de haber conocido ésta con un gozo acrecentado sobre el que sentía en sus caminos cuando seguía el curso de los ríos, o sesteaba en las arboledas de donde la costaba salir al decir de sus acompañantes, aprendiendo en su cercanía a valorar y estimar sobretodo el agua, el agua de las fuentes, de los manantiales, de los pozos, de los ríos, la que corre a pie de tierra por las acequias, o la que cae como lluvia mansa sobre la tierra, fecundándola. Por eso el agua aparecerá como ejemplo e todos sus libros, lo mismo que el fuego, y hablará de sus propiedades lamentando no saber filosofía para mejor entenderlas.
Y de lo que no cabe la menor duda es de que su sensibilidad exquisita habría sabido degustar con placer el de la música de los Ciclos, porque a ella le gustaba y se recreaba en componer poesías para ser cantadas. Y por más que lamentara, quizá pensando en si misma, “que si uno tiene mala voz no aprovecha andar a dar voces”, sabía bien dar el tono, y corregir el equivocado de los otros, por lo que nos cuentan las crónicas. De ahí que un día hasta se extasiara cuando una monja joven, casi recién entrada, la de la linda voz, la llamaban, le cantara una canción donde se hablaba de amores.
Y tanto le emocionó la canción por más que suela pensarse que fue más la letra que la música, que luego veía a la religiosa, le decía con nostalgia y buen humor: “Hermana cánteme aquel cantarcillo”, aunque no sabemos ya si le complacía la buena religiosa, y con la misma eficacia.
Y ahora, como en verdad los laudes tanto los teresianos, como los que habremos de hacer al recordar la historia íntima del Desierto a la que os invitamos, no terminan, pues habremos de proseguirla en años sucesivos, como hemos convenido, hagamos sencillamente una pausa. Y escuchemos en ella la Música del Ciclo, que no dudamos que alzándose sobre la Iglesia de este Monasterio del Desierto donde tantas veces entonaron su oración contemplativa de laudes los carmelitas de antaño, será también de nuevo, aunque no coincida en las horas del día, una verdadera “Hora de Laudes”, que en pocos sitios más propicios para la alabanza divina ni tan adecuados como este de la Soledad Sonora del Desierto de las Palmas.
Desierto de las Palmas, 8 de abril, 2014.
P. Alfonso Ruiz, ocd
Fuente: Catálogo del XV Ciclo de Música Sacra