La teresiana humanidad de Cristo según Johnston


resuc-Pedro Paricio Aucejo

Trece años después de que en sus astilleros se construyera el trágicamente famoso ´Titanic´, nació en Belfast el renombrado sacerdote jesuita William Johnston (1925-2010). Este escritor, traductor, teólogo místico y codiciado predicador –muy solicitado para retiros, charlas espirituales, entrevistas o sesiones de video– estudió en Liverpool, en la Universidad Nacional de Irlanda, en Roma y en Bruselas, donde accedió al conocimiento de las tradiciones místicas orientales. En 1951 se trasladó a Japón, lugar donde residió hasta su fallecimiento. Fue doctor en teología mística, siendo su tesis publicada como libro bajo el título “El misticismo de ´La nube del no saber´”, que fue prologado por el eminente Thomas Merton. Ejerció la docencia en la Universidad de Sofía (Tokio). Interesado en el entendimiento interreligioso, realizó estudios específicos sobre budismo, participando activamente en el diálogo entre el budismo Zen y el cristianismo. Dedicó gran parte de su vida a la práctica y al estudio de la meditación. Entre sus libros destacan: «Enamorarse de Dios», «El ojo interior del amor», «El ciervo vulnerado», “Práctica de la oración cristiana”, «Cartas a contemplativos», «Viaje Místico: una autobiografía», «Teología mística. La ciencia del amor», «Mística para una nueva era. De la teología dogmática a la conversión del corazón» y «La música callada».

En esta última publicación¹ –que es una obra de síntesis creativa donde los descubrimientos de la ciencia moderna se proyectan sobre los contenidos de las tradiciones religiosas de Oriente y Occidente– Johnston se establece como propósito subrayar que la esencia de la meditación más profunda es el amor.

En este sentido, afirma que tratar de entender a Santa Teresa dejando a un lado el amor “sería falsear todo el cuadro”, de manera que, para ella, el místico ha de tener bien sentados los pies en la tierra, no debiendo apartarse nunca de la realidad de cómo contentar a Cristo, y en qué o por dónde mostrará el amor que le tiene. Para esto es la oración; de esto sirve este matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras. Para la Santa de Ávila, pues, el mantenimiento de los pies en la tierra a la hora de la meditación se consigue no abandonando nunca la humanidad de Cristo, incluso en los más altos vuelos de la contemplación. Una y otra vez insiste en la centralidad de la humanidad de Cristo. A ella vuelve constantemente como norma fundamental para juzgar la autenticidad de la meditación cristiana, de modo que será ello lo que evite el peligro de estar flotando vaporosamente en el espacio interior.

Ahora bien, según Johnston, por el concepto ´humanidad de Cristo´ la mística castellana no entiende que quien medita se entretenga con pensamientos y conceptos del Cristo ´físico´, el Jesús histórico que vivió en Nazaret o en Galilea, sino en su nueva existencia de resucitado, como Cristo universal, aun siendo la misma persona (en la unión del matrimonio espiritual –cima de la contemplación– aparécese el Señor en el centro del alma sin visión imaginaria, sino intelectual, como se apareció a los apóstoles, sin entrar por la puerta, cuando les dijo: Pax vobis… Y también dice [San Pablo]: Mihi vivere Christus est, mori lucrum; ansí me parece puede decir aquí el alma, porque su vida es ya Cristo).

El autor está convencido de que Santa Teresa, aun no hablando explícitamente de ello (me gustaría saber cómo explicarlo), se esfuerza con sus palabras para expresar algo  a lo que se referiría siglos después Teilhard de Chardin cuando habló del Cristo ´cósmico´, una realidad que está más allá de las imágenes y los conceptos. De esta forma, cuando nuestra doctora de la Iglesia insiste sobre la centralidad de Cristo, estaría hablando del Cristo que, después de morir, sigue vivo –por su resurrección–, está entre nosotros y estará con nosotros siempre hasta la consumación del mundo, coexistiendo con el universo y siendo la realidad en la que existe toda otra realidad. A pesar de reconocer que no podemos formarnos de Él una imagen adecuada, su referente sería –para Johnston– el Cristo que aparece a lo largo del evangelio de San Juan, Aquel que con rotundidad afirmó: ´Cuando yo sea levantado en alto, todo lo atraeré hacia mí´… ´Yo soy la vid verdadera; yo soy el buen pastor; yo soy el pan verdadero; yo soy el camino, la verdad y la vida…´

 

¹Madrid, Ediciones Paulinas, 1980, 295 ps.

 


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