Teresa y la mujer: «En memoria de ellas»

ambiente-accion-femenina-esencial-preservar_CLAIMA20130621_0151_14 I.

Escribir sobre la mujer y el tema femenino es algo más que una moda, una corriente o un tic antropológico. Tiene carácter de necesidad y ella es la que alimenta el deseo de hacerlo. Por más que, en ocasiones, pueda resultar incómodo o cargante.

De siglo en siglo, los pensadores, desde la antigüedad hasta nuestros días, todos ellos hijos de Adán, varones, para quienes no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa –como dijera Teresa de Jesús–, han tejido toda una conciencia sobre qué es la mujer. Por descontado, sin permitir que ella se pronunciara sobre sí misma.

No debe sorprender que también cueste siglos y siglos deshacer ideas tan profundamente arraigadas. Desde la desigualdad esencial, por naturaleza, en inteligencia y capacidad para cualquier cosa –contra lo que poco habría que hacer–, hasta el recelo al que ni los mismos sabios se han podido sustraer: si una mujer quiere estudiar, pensar por sí misma y salir del cubículo existencial marcado para ella, se vuelve aborrecible o inquietante.

Que haya habido mujeres guerreras, reinas o emperatrices; mujeres ricas y poderosas o instruidas, con la fuerza transgresora y transformadora que ello conlleva, no ha tenido peso suficiente para cambiar todo, pero sí para apoyar otra mentalidad y abrir canales por donde ir aumentando un caudal que es imposible detener, aunque crezca lentamente.

En la actualidad, la memoria agradecida debe presidir e incentivar la lucha por avanzar. Teresa de Jesús es una de esas mujeres cuya memoria espolea y abre continuamente la imaginación. Es un apoyo su conciencia de que la flaqueza no es privativa de las mujeres. Ellas y ellos pueden sufrir debilidad moral y caer en el error, y así lo dice en sus escritos. Es uno de los motivos por los que se preocupa tanto, en su momento, de apoyar a los varones de la Iglesia… porque a veces son muy débiles.

Sabe que la mujer es igual de válida que el varón y tratará de contagiar sus ideas. A sus hermanas y, a la vez, a los censores, que serán sus primeros lectores. Dirá: si ellas hacen lo que es en sí, el Señor las hará tan varoniles, que espanten a los hombres. Es decir, si son ellas mismas realmente, darán a entender el valor real de la mujer, igual al del varón.

Teresa no reprime sus ideas –querría dar voces, escribía– y promueve un cambio de mentalidad. Acallando a quienes quieren basar en la religión la subordinación de la mujer, dirá que Jesús encontró en las mujeres tanto amor y más fe que en los hombres. A sus hermanas, insistirá en que no callen cuando alguien quiera llevarlas al error, por más dignidad eclesial que tenga. Declaradle con humildad el camino, les dice, no calléis ni os dejéis presionar.

La botella está medio llena o medio vacía. El avance ha sido grande y lo que queda por conseguir es inmenso. Y no se trata de pesimismo u optimismo, de derrotismo o ingenuidad. Cada quien debe mirar esta botella del modo que más estimule su creatividad y compromiso. Pero no debe confundir el avance logrado en algunas sociedades de los diferentes primeros mundos. Porque, en muchos aspectos, la subordinación femenina permanece invisible y, en no pocos casos, la sujeción persiste de forma que degrada al límite a las mujeres.

Entre esas sujeciones, quizá ninguna sea tan cruel y mortal como la trata, el tráfico de mujeres, preferentemente para el comercio sexual. No es una situación aislada en el conjunto del problema de la mujer actual, pero sí es una de las más inhumanas.

Hay muchas formas de trabajar contra el tráfico de mujeres y el comercio sexual. La más inmediata, sin duda, es la atención a las mujeres y niñas –en ocasiones, niños y varones– que sufren o han sufrido el terrible abuso. Otra es la lucha legal contra las mafias, tan difíciles de desactivar por el entramado de corrupción tan amplio que conllevan. Y otra es la atención al miembro más ocultado y protegido de este montaje: el cliente, el consumidor de mujeres.

Sin demanda, no existiría la actual proliferación de burdeles y de mujeres explotadas. Por ello, existe también la posibilidad de colaborar en la exterminación de esta lacra, a través de concienciación y de la espiritualidad. Cooperar para que se dé un cambio de mentalidad que produzca, aunque sea a la larga, cambios estructurales.

Escribir por despertador, como decía Teresa. Hablar para estar atentos y seguir buscando los mejores caminos, para llevar a cabo una renovación espiritual que dé frutos de justicia y humanidad. La autoconciencia y la comprensión de que los demás son semejantes puede activar un cambio estructural. Y ahí tiene su labor la espiritualidad.

Crear conciencia y ayudar a descubrir –como recordaba Carlos Domínguez en la estela del psicoanálisis– que estos cuerpos y la sexualidad que nos constituye, son un potencial amenazante o valioso, según se utilice, tanto en lo personal como en lo institucional.

Dice Teresa: ¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es, y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra? Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotras cuando no procuramos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos, y así a bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos que tenemos almas.

Trabajar por una espiritualidad de concienciación, abierta e integral es un modo de colaborar, como pedía el conocido misionero, activista y teólogo Donal Dorr: «Esperamos que una vida espiritual más rica conduzca a muchas personas a unirse a la campaña del cambio de mentalidad y de legislación con respecto a quienes “demandan” la prostitución».

En todo ello, está el deseo de mantener la memoria de ellas: mujeres que no son objetos de usar, destrozar y tirar, sino semejantes, criaturas –dice Teresa– de las que apenas podemos entender la gran dignidad que tienen. Se trata de escribir con ellas una historia diferente. Una historia –recordando a Gustavo Gutiérrez– no escrita por una mano dominante (masculina, añadía), sino por una mano hermana y amiga, que trabaja codo a codo con ellas.

II.

Teresa de Jesús se atrevió a escribir: mirad de qué sujeción os habéis librado, hermanas. Se estaba refiriendo a las mujeres casadas de su tiempo. A la vida que se veían obligadas a llevar y al puesto que ocupaban en el matrimonio. Teresa hablaba de la anulación a la que se veía sometida la mujer.

Por descontado, no estaba diciendo que los varones fueran en sí unos desalmados. Entonces, como en toda época, hubo varones que, bajo los parámetros sociales de su momento, actuaron con justicia y humanidad con sus mujeres. Teresa se estaba refiriendo, sobre todo, al sistema que estaba funcionando.

Ese sistema producía una sujeción que podía ser llevada al límite. De modo que también dirá, a sus hermanas que sean conscientes de la gran merced que Dios les ha hecho en escogerlas para Sí y librarlas de estar sujetas a un hombre que muchas veces les acaba la vida, y plega a Dios no sea también el alma.

Teresa no podía hablar de patriarcados, pero ya hablaba del sometimiento injusto en que veía a las mujeres y a sí misma. Tampoco podía hablar de la trata de mujeres, pero percibía claramente que la situación establecida podía conducir a vejaciones. Las mujeres, en definitiva, quedaban a merced del hombre en cuyas manos cayeran.

Actualmente, prolifera la sujeción de la que hablaba Teresa, llevada a su peor extremo. En cualquier autovía, se remozan casas y se transforman en burdeles. Y se hace en ambas partes de la carretera, para que no falte servicio. Eso, sin contar con las grandes plataformas en las que, en pleno siglo XXI, se vive en régimen de esclavitud sexual, a la vista de todos.

El psicoanalista Juan Carlos Volnovich, analizando la prostitución desde el punto de vista de la psicología del cliente, se preguntaba por qué en una época de liberación sexual y en la que los movimientos feministas han avanzado tanto, el tráfico humano para la explotación sexual tiene tanto auge. Porque es evidente que si disminuyera la demanda, disminuiría el tráfico.

Entre sus respuestas, se encontraba una que propone un reto importante. Decía Volnovich que el sistema patriarcal, aún vigente, se ve amenazado o debilitado por el feminismo contemporáneo. Que los movimientos de mujeres interpelan al poder masculino y ponen en tela de juicio el domino de los varones en la esfera pública. Y que de ahí puede venir una necesidad de reafirmar el propio valor, sometiendo o abusando.

Sabida es ya, la relación existente entre sexualidad y poder. Basta recordar las cercanas palabras del obispo dimisionario, Geoffrey Robinson, hablando de los abusos sexuales: todo abuso sexual es, ante todo y sobre todo, un abuso de poder.

La renuncia a la subordinación femenina es algo que no parecen poder aceptar muchos varones. Porque mantener la dependencia femenina, basada en una supuesta inferioridad era, y a menudo todavía es, una fuente de seguridad. Por tanto, una fuente de poder y violencia. Sucede en la sociedad y sucede en la Iglesia aunque, por supuesto, a diferentes niveles.

La Iglesia católica tiene un reto importante, puesto que su estructura sigue siendo patriarcal. Pero, además, tiene la posibilidad de ayudar, de servir a la sociedad, ayudándola a liberarse, al hacerlo ella misma. Como siempre, una liberación para el amor. De otra manera, no puede entenderse a sí misma la Iglesia ni entender su labor entre los hombres y mujeres con los que comparte camino.

Una Iglesia que promueva la igualdad esencial, en ningún aspecto discriminatoria, reforzará la idea de que para valer no es necesario dominar, y ni siquiera es saludable. Es más, mostrará que la comunión produce mayor seguridad que cualquier tipo de dominio o sometimiento.

Desde la espiritualidad, se puede dar una respuesta muy positiva. Como ya vimos, puede ayudar a redescubrir el alma de cada ser humano. Nadie es un objeto destinado al uso personal de otro.

Por otra parte, la experiencia mística, apoyada en el evangelio, invita constantemente a la mayor experiencia de amistad, donde todas las cosas de los dos son comunes a entrambos–así lo decía Juan de la Cruz. Y si todas las cosas son comunes entre Dios y el ser humano ¿qué cosa podría haber no compartida en igualdad entre dos semejantes?

Teresa presentó una alternativa clara y concreta: un grupito de mujeres, bajo una estructura sencilla, viviendo el evangelio desde la vocación personal. A ella misma le sobresaltó el revuelo que armó su iniciativa y lo que molestaba la pequeña presencia. Espantábame yo, cómo les parecía a todos era gran daño para el lugar solas doce mujeres y la priora, y de vida tan estrecha.

Teresa estaba rompiendo el cerco de un sistema que ofrecía seguridad a base de sometimiento y pactos de interés. Y eso inquietaba mucho. Ella proponía una comunidad libre y en plena comunión.

Sin duda, una Iglesia que acepte convertirse, poco a poco, en una comunidad libre y sencilla, basada en la comunión efectiva y no en anarquías imposibles, no uniforme pero formada por comunidades de iguales, dará razones para esperar algo mejor y se separará de un sistema que no favorece la plena integración humana.

Molestará a los poderosos, alentará a los vacilantes, despertará a los ausentes. Y será consuelo para las víctimas de tanto abuso, porque no solo abrazará sus dolores, sino que será remedio y un puente de solidaridad*. Un lugar de encuentro, un espacio que propicia la circulación, la reciprocidad y la sanación.

*Agnes M. Brazal. «La Iglesia, puente de solidaridad» en Traficar con personas, Concilium 341.

Fuente: El blog de Gema Juan (ocd),  Juntos andemos: En memoria de ellas (I) y En memoria de ellas (II)


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