Al fin la muerte que me da la vida, al fin su aposento,
el resplandor llamándome por el haz refulgente del espíritu,
este resurgir a la luz cegadora del más caro deseo.
Oh bien mío que me acoges en tus brazos
y me elevas en el seno de tu cóncavo infinito amor.
Ya por fin vomité la última tierra,
el estercolero quedó fuera, lejos de mi vista,
ni una mota de polvo queda en mí, ninguna huella
de mi triste paso por la Tierra.
Oh amado mío al fin me has rescatado a la blancura
hermosa de la dicha
y aquí estoy postrada como almendros en flor amando
la hermosa faz de tu rostro.
Al fin aquí contigo para siempre esposo mío
bajo el compasivo observatorio de tu mirada.
No hay más paz en el seno de Abraham que la paz que reina
en el firmamento de tus manos,
o la caricia derramada sobre mi cuello
que tu graciosa bondad me obsequia como un bienestar inmenso.
Oh al fin unidos en comunión con el verbo:
reliquia de la caridad, púlpito de mi esperanza,
tierno tesoro de mi fe, llave salvadora,
cuerpo del mismo cuerpo al que ya para siempre pertenezco.
Este poema, títulado «Santa Teresa», pertenece al libro Un acto mínimo (Premio de Poesía Juan Bernier 2012). Agradecemos cordialmente al autor que nos haya permitido reproducirlo aquí.
Como respuesta al «muero porque no muero» de la Santa es este paso siguiente y definitivo en el cual «ya vive porque al fin murió». Clamor liberado en bellísimos versos! Gracias.