«Herida vais del Serafín, Teresa»: un soneto de Lope sobre la Transverberación

Éxtasis de santa Teresa de Bernini (detalle)
Éxtasis de santa Teresa de Bernini (detalle)

En este día 26 de agosto en que se recuerda la experiencia mística conocida como transverberación de santa Teresa, presentamos este hermoso soneto de Lope de Vega. Añadimos un comentario que ayude a entender su contenido, bellamente expresado por la pluma ágil y, al tiempo, cuidadosa del Fénix de los ingenios.

Lope de Vega¹ es el autor del Siglo de Oro que mayor atención y versos ha dedicado a Teresa de Jesús.

Fueron coetáneos, aunque él mucho más joven (nacido en 1562) comenzaba a estrenarse en los escenarios tan solo un par de años antes de la muerte de Teresa. Quizá pudo ver ella por las calles el anuncio de alguna obra del joven dramaturgo (aunque lo habitual era que tampoco apareciera la obra bajo su autoría), y la santa no podría imaginar que, con el correr de los años, aquel autor sería un devoto suyo y un insigne cantor de su gloria póstuma.

Lope dedicó a Teresa al menos dos obras de teatro y diversos poemas. Participó activamente en los actos celebrativos de su beatificación y canonización. Los primeros tuvieron lugar solo unos meses después de su ordenación sacerdotal (1614), en el mismo lugar donde Lope celebró su primera misa, y donde tenía a su confesor, fray Martín de san Cirilo: el Convento de los Carmelitas Descalzos de S. Hermenegildo de Madrid. Seguramente con motivo de los Certámenes Poéticos de la Beatificación y el de la Canonización de la Santa, compuso los nueve sonetos que le dedicó. El Ayuntamiento de Madrid le encargó escribir la Relación de las fiestas de S. Isidro, patrón de la ciudad, en la que  se narran los actos celebrados en honor a los nuevos santos canonizados por Gregorio XV en 1622 (Isidro, Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Felipe Neri y Teresa). En ese escrito, el propio autor nos pone en antecedes del motivo que originó el soneto que nos ocupa, «Herida vais del Serafín, Teresa»:

«Tocaron sus días, que fueron los últimos, a los venerables padres carmelitas descalzos, cuyo claustro fue paraíso, su templo cielo, su adorno y sus luces admiración de los ojos; y entre muchas grandezas de su fiesta, que no cubrirá jamás tiempo ni olvido, es digna de memoria una fuente en un cuerpo de arquitectura, que imitaba el mármol, cuyos bien proporcionados miembros remataba la imagen de la santa Madre, coronada de flores […]. Y a este propósito, y tener la Santa en la mano aquella misteriosa pluma, pincel divino de tan soberanas ideas y conceptos, y estar en lo alto de la fuente, escribí este epigrama»:

Herida vais del Serafín, Teresa,
corred al agua, cierva blanca y parda,
que la fuente de vida que os aguarda,
también es fuego, y de abrasar no cesa.

 ¿Cómo subís por la montaña espesa
del rígido Carmelo tan gallarda,
que con descalzos pies no os acobarda
del alto fin la inaccesible empresa?

Serafín cazador el dardo os tira,
para que os deje estática la punta,
y las plumas se os queden en la palma.

Con razón vuestra ciencia el mundo admira,
si el seráfico fuego a Dios os junta,
y cuanto veis en él, traslada el alma.

Este extraordinario soneto se considera el mejor de los que Lope dedicara a Teresa. Como ha explicado el autor, le sugirió la idea la imagen de la santa con la pluma, ornando la fuente. También le inspira la experiencia mística conocida como Transverberación, narrada por la santa en el Libro de la Vida:

«Veía un ángel, cabe mí, hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me representan ángeles, es sin verlos […]. Esta visión, quiso el Señor la viese así: no era grande sino pequeño; hermoso mucho; el rostro tan encendido que parecía de los ángeles más subidos; que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines que los nombres no me los dicen […]. Veíale en las manos un dardo de oro, largo, y, al fin del hierro, me parecía tener un poco de fuego; este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas; al sacarle, me parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios» (V 29, 13)

Teresa habla de un querubín, pero el dominico P. Báñez, seguido por fray Luis de León, anotó al margen del autógrafo: «más parece de los que llaman serafines». A la imprenta pasó, pues, “serafines”, que es la palabra que usa Lope.

Mientras que Bernini, en su conocida escultura, reproduce la escena y da al ángel mayor grandeza, Lope se centra en la figura de la Santa al recibir la flecha. Su imaginación le sugiere, por una asociación de ideas, una serie de imágenes metafóricas: serafín con dardo=cazador con dardo; Teresa, herida por el serafín cazador=Teresa, cierva herida; cierva blanca y parda=Teresa blanca y parda conforme a los colores del hábito carmelitano

La palabra cierva y la idea de la fuente del claustro le sugiere la asociación del dardo de fuego. Como los ciervos heridos corren a una fuente para refrescarse al morir, la Fuente de Teresa es el fuego del Amor divino.

Afirman los comentaristas que es un acierto de Lope el desdén por el oro del dardo, tan preciado en el Barroco. Sabía que la santa había utilizado la palabra o imagen superpuesta de hierro, en el sentido de arma ofensiva. Lope, por su parte,  omite las dos palabras: oro y hierro, que materializaban el dardo, para darle un sentido más espiritual.

El paisaje de la cierva herida, junto a la fuente, se prolonga milagrosamente hasta el Monte Carmelo, no ya herida, sino fuerte y gallarda. El segundo cuarteto es la descripción sorprendente no de la cierva herida del Amor de Dios por un serafín cazador, sino la cierva=Teresa yendo descalza, sin que le acobarde la inaccesible empresas de ascender al Monte Carmelo, montaña espesa y rígida.

Lope vuelve en el primer terceto a la imagen de la transverberación. El dardo que lanza a la santa el serafín cazador, no es para matar, sino para dejar en éxtasis a Teresa, y en ese estado, concibe su obra literaria, con lo que se explica su origen inspirado.

El dardo lleva plumas, y con una pluma que le ha quedado entre las manos, escribe  la santa. Lope evoca así la imagen de Teresa portando pluma y libro, muy repetida en la iconografía teresiana desde el principio.

El último terceto da el sentido total al soneto, como es habitual en la poesía lopesca. La ciencia de inspiración divina de la obra de Teresa, que «el mundo admira» proviene del «seráfico fuego» de la unión con Dios. Y lo que advierte en esta visión divina, traslada el alma, por medio de su pluma, también de origen divino.


¹El presente artículo se basa las aportaciones de dos trabajos previos: ELIZALDE, Ignacio, «Teresa de Jesus, tema de la Poesía del Siglo XVII» en CRIADO DE VAL, Manuel, ed., Santa Teresa y la literatura mística hispánica: Actas del I Congreso internacional sobre Santa Teresa y la mística hispánica, EDI-6, Madrid, 1984, pp. 421-438 y ENTRAMBASAGUAS, Joaquín de, «Santa Teresa de Jesus y Lope de Vega» en Revista de Espiritualidad, nº. 87-89, Madrid, 1963, pp 383-398.



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