La huella de Teresa en Daujat

Pedro Paricio Aucejo

El pensador, de A. Rodin (1880)

Cada generación suele encontrar en la época que le ha tocado vivir un motivo de crisis con respecto a lo experimentado en etapas anteriores. Esta constante en la historia general de la humanidad se presenta también en la del cristianismo, de manera que, fuera del momento actual, podemos observar este fenómeno como una realidad recurrente. Así, al inicio de la segunda mitad del siglo XX, se tenía la impresión de una incesante descristianización de Occidente que, para algunos, se manifestaba en la desaparición de las prácticas cristianas en aquellos medios donde antes no había sino cristianismo rutinario, ritualista y puramente formal, sin influencia auténtica en la integridad de la vida cotidiana. Era evidente que esta situación –una vez diagnosticada– no debía mantenerse y, en su lugar, como solución de futuro, resultaba preciso promocionar una actitud distinta, fundamentada en una vivencia plena y militante de nuestra fe que impregnara todos los ámbitos de la realidad. Ello conllevaba el requisito previo de formar adecuadamente a los fieles.

Esta fue la tarea a la que dedicó buena parte de su larga existencia –murió en 1998, a los noventa y dos años de edad– el filósofo francés Jean Daujat, que, tanto por su múltiple actividad intelectual en libros, periódicos y revistas como por su faceta docente y de conferenciante, llegó a ocupar un puesto relevante en el pensamiento contemporáneo del país vecino. Nacido en París, de padres creyentes pero no practicantes, se doctoró en Letras después de recibir educación científica en la Escuela Normal Superior, siendo premiado por la Academia francesa y la de Ciencias. En el ámbito personal, además de la influencia de la pintora danesa Sonia Hansen, con quien se casó en 1930, cabe destacar la derivada de su relación con prestigiosos intelectuales de distintos ámbitos del saber y, sobre todo, la ejercida por la personalidad y la obra del neotomista Jacques Maritain.

Su producción literaria estuvo orientada inicialmente a la reflexión en torno a las ciencias, en especial la física y la psicología, continuando después con obras más estrictamente filosóficas –dedicadas al análisis de la verdad, el mundo de las ideas modernas, la historia, el comunismo, el socialismo…– y de contenido espiritual, dirigido al estudio del cristianismo en general, la Iglesia, la vida sobrenatural y el orden social, entre otros asuntos. En 1925 fundó el CER (Centro de estudios religiosos), que comenzó con tan solo seis alumnos, llegando en 1957 a alcanzar la cifra de más de mil en París, así como a tener numerosas filiales en provincias. Este Centro tenía por objetivo la enseñanza de la teología a laicos y el acceso de estos a todas las riquezas del pensamiento cristiano y su doctrina.

Con esta misma sintonía abordó la elaboración de su libro Vivir el cristianismo. En él se adentra en la aportación esencial de nuestra creencia –la revelación del verdadero fin de la vida como relación de amor centrada en Dios– y el estudio de la oración, de Jesucristo y de la Iglesia como pilares en que esta se sustenta. En su exposición se encuentran frecuentes referencias a figuras centrales del Carmelo, como San Juan de la Cruz, Santa Teresa del Niño Jesús –a la que, por otra parte, dedicó en exclusividad su obra Teresa de Lisieux, la gran amante– y Santa Teresa de Ávila, a quien toma como modelo de verdadera vida contemplativa, es decir, aquella que se lleva ocupada en conocer y amar a Dios entregándose a hacer bien todo lo que se tiene que hacer según su voluntad. A este respecto, Jean Daujat, al tiempo que insiste en la relevancia que la Santa otorgaba a la oración (único camino para llegar a Dios) y la naturaleza de esta (trato de amistad en el que el alma permanece en un soliloquio con Dios, de quien se sabe amada), remarca su ejemplar realismo en todo lo que tenía que hacer, “dirigiendo la construcción de muchos conventos, fundando una multitud de comunidades y entrando en los detalles más precisos de su vida material, siempre con el mismo imperturbable buen sentido.”


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