El 10 de mayo se celebra la fiesta de S. Juan de Ávila. Se recuerda la muerte —el nacimiento a la Vida— en Montilla, 1569, de quien ha sido llamado “el maestro de santos”. Teresa de Jesús recurrió al Maestro Ávila en un momento crucial de su vida, para que juzgara sobre la veracidad de su experiencia espiritual, reflejada en el Libro de la Vida, que consiguió enviarle para que leyera.
Gratitud y llanto
Siempre estuvo agradecida a su magisterio. Así relata su biógrafo Diego de Yepes cómo acogió Teresa la muerte de Juan de Ávila:
Como ella vio que faltaba tan grande Santo de la tierra, comenzó a llorar con grande sentimiento y fatiga. Causó a sus compañeras grande novedad este llanto, no acostumbrado en muerte de nadie, y la que habiendo sabido la muerte de su hermano no había echado una lágrima, sino que puestas las manos bendecía al Señor, viéndola agora con tan nuevo sentimiento, les ponía grande espanto y admiración. Y habiendo sabido de ella la causa de su llanto, le dixeron que por qué se afligía tanto por un hombre que se iba a gozar de Dios. A esto respondió la Santa: «Deso estoy yo muy cierta; mas lo que me da pena es, que pierde la Iglesia de Dios una gran columna, y muchas almas un grande amparo que tenían en él, que la mía, aun con estar lejos, le tenía por esta causa obligación»
Se siente en deuda con él, no sin motivo. La carta que Juan de Ávila dedica a Sta. Teresa dando su criterio sobre el Libro de la Vida es una joya desde el punto de vista humano y espiritual. El apóstol de Andalucía se presenta con una actitud de discípulo más que de maestro:
Cuando acepté el leer el libro que se me envió, no fue tanto por pensar que yo era suficiente para juzgar las cosas de él, como por pensar que podría yo, con el favor de nuestro Señor, aprovecharme algo con la doctrina de él; y gracias a Cristo, que, aunque lo he leído no con el reposo que era menester, mas heme consolado, y podría sacar edificación, si por mí no queda¹.
Pensemos que Juan de Ávila estaba a ocho meses de su muerte, acosado por la enfermedad y entregado a una actividad pastoral que desarrollaba sin descanso. Pero además, era un hombre de un prestigio fuera de lo común. Figuras extraordinarias como Ignacio de Loyola, Francisco de Borja, Juan Ciudad (futuro S. Juan de Dios), Juan de Ribera, Fray Luis de Granada, Tomás de Villanueva, entre otros muchos, recurrieron a su consejo y se valieron de su experiencia espiritual.
Como muestra de ello, podemos tomar esta frase, atribuida a Ignacio de Loyola, que siempre deseó ver a Juan de Ávila en su Compañía: “Quisiera el santo Maestro Ávila venirse con nosotros, que lo trujéramos en hombros, como el Arca del Testamento, por ser el archivo de la Sagrada Escritura, que si esta se perdiere, él solo la restituiría a la Iglesia”.
Teresa de Jesús, en ese momento, no era todavía la gran reformadora, fundadora y maestra de espíritu que sería luego. Además, era una mujer, con lo que ya solo eso conllevaba de desprestigio y sospecha. Sin embargo, Juan de Ávila se le presenta como alguien dispuesto a aprender de ella y de su experiencia de Dios.
No es de extrañar que Teresa bailara de alegría, y así lo percibimos en la carta a doña Luisa de la Cerda, que, tras mucha insistencia por parte de Teresa, como puede observarse en diversas cartas, propició que el libro llegara a manos del Maestro:
Lo del libro trae vuestra señoría tan bien negociado que no puede ser mejor, y así olvido cuantas rabias me ha hecho. El maestro Ávila me escribe largo, y le contenta todo; solo dice que es menester declarar más unas cosas y mudar los vocablos de otras, que esto es fácil. Buena obra ha hecho vuestra señoría; el Señor se lo pagará, con las demás mercedes y buenas obras que vuestra señoría me tiene hechas. Harto me he holgado de ver tan buen recaudo, porque importa mucho; bien parece quién aconsejó se enviase (2 noviembre 1568).
Discípula de Juan de Ávila
Si hubiera que destacar algo fundamental que Teresa aprendió de Juan de Ávila a través de la carta mencionada que este le escribe, señalaríamos la idea de que Dios puede regalar experiencias de oración contemplativa a personas que todavía no llevan una vida santa. Frente a lo que pensaban sus confidentes Gaspar Daza y Francisco de Salcedo, entre otros, que creían que su experiencia «mística» debía de provenir del demonio, puesto que ella no llevaba una vida tan virtuosa como para merecer esos favores, el Maestro le responde así:
Y no se debe nadie atemorizar para condenar de presto estas cosas, por ver que la persona a quien se dan no es perfecta; porque no es nuevo a la bondad del Señor sacar de malos justos, y aun de pecados, y graves, con darles muy grandes gustos suyos, según lo he yo visto. ¿Quién pondrá tasa a la bondad del Señor? Mayormente que estas cosas no se dan por merecimiento, ni por ser uno más fuerte; antes algunas por ser más flaco, y como no hacen a uno más santo, no se dan siempre a los más santos.
Dios se vuelca en el pecador, precisamente para sacudirlo espiritualmente y llevarlo a su amor. Esta idea, que fue madurando en el pensamiento teresiano, la podemos ver reflejada en la segunda obra de Teresa, obra Camino de perfección:
Hay almas que entiende Dios que por este medio las puede granjear para sí. Ya que las ve del todo perdidas, quiere Su Majestad que no quede por El, y aunque estén en mal estado y faltas de virtudes, dale gustos y regalos y ternura que la comienza a mover los deseos, y aun pónela en contemplación algunas veces. (CV 16, 8)
¹Leer la carta completa en este enlace
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